Los ideólogos: José Faustino Sánchez Carrión

364 AUGUSTO TAMAYO VARGAS - CESAR PACHECO VELEZ Mientras el Gobierno tenga facultad de tomar en virtud de informes secretos disposicione relativas a algún individuo, se abro– gará el derecho de crear lo ju to y lo injusto. Mirará como crimi– nal o como indigno de sus favores a todo ciudadano de firmeza y de luces. Jamás a sus ojos será benemérito el q'ue haya defendido los derecho de los ciudadanos, y manifestado amor a los pueblos, y a las instituciones populares. En una palabra, siempre que el ciudadano no pueda reclamar las leyes, ni conocer cuándo, cómo y por quién son barrenadas, no podrá defenderse de los tiros de la malignidad, ni aquellos podrán ofrecerle el auxilio que deben prestar constantemente a todo asociado. La hydra de la intriga devorará el Estado, arruinará las familias, y no premiará otras virtudes que las que sean acompañadas de una sumisión ciega o de una adulación indecente, que indistintamente apruebe cuanto bueno y malo haga el gobierno, que es lo mismo que aprobar y reconocer en éste un poder ilimitado. ¿Qué idea podrán formarse los ciudadanos de la justicia y de las leyes mientras se hallen paralizadas por las fórmulas insidiosas del secreto? ¿Qué recursos podrán hallar para defenderse de auto– ridades hechas inviolables por el mismo secreto y que sin esto de la responsabilidad pueden cometer los mayores atentados? ¿Qué confianza puede tener en funcionarios escudados con un velo impe– netrable para hacer oculta toda sus operaciones? Tan detestable práctica es un insulto a todos los ciudadanos. En el hecho, semejantes funcionarios vienen a decir a sus conciu– dadanos: respetad nuestros caprichos, pues en nuestra mano está hacer que las leyes no os prnlejan, y que hayáis de estar y pasar por lo que nosotros queramos resolver. Cuando no sea posible, a lo menos debe ser muy difícil el que reine la justicia y la impar– cialidad en medio de las tinieblas en donde los re entimientos y las pasiones ejercen sin .ningún temor d l resultado su horrible imperio. La profesión de guiar, de goberna1· y de hacer ,iusticia a los hom– bres no es seguramente la cien ·ia de los méritos, ni l arte de va– lerse de medios ocultos e impenetrables para los ciudadanos. Por l contrario, es el a1·te de instruírlos en sus verdadero intereses, de hacerles conocer la ruta que deb n seguir, y de merecer la esti– mación del público. Un m 'todo tan in idio o no servirá jamá para inspirar al ciudadano la confianza y respeto hacia la autoridad s, ni para que éstas puedan de cubrir la verdad, pr miar la virtud y admini trar la justicia. Antes bi n, una onducta tan incierta y tan in idiosa no formaría má. qu fun ionari s t mibl s injusl s, o n ría

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