Los ideólogos: José Faustino Sánchez Carrión

386 AUGUSTO TAMAYO VA!RGAS - CESAR PACHECO VELEZ razon de buena fe, y convenzamonos de que el origen de la libertad que tanto apetecemos, está en nosotros mismos, y de que para po– seerla aun mas allá de lo que nos figuramos, basta acatar nuestras prerrogativas, conviene a saber, las leyes que las sostienen y en– grandecen ¡Que filosofia tan clara ... ! Pero ¡que contradictoria al mismo tiempo a los envegecidos habita, q'ue tienen entorpecidos los estimulos de nuestra dignidad! Hacemos alarde de ser bajos, cuan– do nos anima la esperanza de alcanzar; y luego, burlado nuestro orgullo, nos olvidamos de la Patria y de lo que esta nos merece. Mas todo esto no excluye, dira alguno, la consideracion de que un hombre ambicioso, abuzando del poder que le confiaron las cir– cunstancias, se sobreponga a las leyes, y tiranize a sus conciuda– danos; de cuyas ocurrencias ha dado repetidos testimonios la expe– riencia en todos los siglos, resultando que la perdida de la libertad civil no es ya efecto de la inobservancia de las leyes. Asi es verdad, pero, si bien se examinan las cosas, vendremos a parar a lo mismo. Lo primero que hace un ciudadano, aspirante a la tirania perpetua es relajar la moralidad civil del país, fomentando el espiritu de pre– tensión, aceptando omenajes de servilidad. exaltando a sicofantas, presindiendo de la integridad y la virtud, y abriendo el camino a la consecucion de los primeros empleos con dispensas de la ley, y escandalo de los hombres honrados. Lo cual en sustancia no e~ mas que aflojar los vínculos, que impelen a la necesidad de obrar recta y justamente, esto es, conforme a la ley. Estudiese en la his– toria la decadencia de la dignidad humana con respecto al orden social, y se convencera de este hecho. Roma fue esclava, y abrió sus puertas a los Cesares y perecieron sus más célebres oradores y desaparecio el capitolio, desde el ominoso instante en que por la corrupción de las costumbres publicas, se mitigó la austeridad en el cumplimiento de las leyes. Meditese el discurso seductor de Catilina, y el de Cesar mismo para escapar a lentulo de la pena capital, y vease que el primero se empeña en trastornar el respeto a la deli– beraciones del senado; y como el segundo reprueba una ley que en otros tiempos habia salvado la república. Ni puede ser de otra manera la desgracia variacion de un pai , que se complace en la esclavitud. Es necesario, q'ue primero haya sjdo remiso en sus obligaciones civiles, despues indiferente, y por fin zeloso defensor de la arbitrariedad; cuya épocas saben gradua · prodigiosamente los llamados al despotismo, para aprovecharse opor– tunamente de ellas. De que resulta, que cuando extienden su terri– ble vara, ya estan tomadas las salida para una reacción ¡O y como no hubiera visto con mi propios ojo blandir u espada a los tira– nos de mi Patria! ¡Como mis conciudadanos no hubieran dejado

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx