Los ideólogos: José Faustino Sánchez Carrión

JOSE FAUSTINO SANCHEZ CARRION 38~ Siendo esto asi ¿qué hombre habrá que teniendo gravados en su corazon tales principios, dude por un momento el sacrificar sus bienes y su vida, y valerse aún de los últimos recursos para salvar la patria, cuando esta amenazada de los tiranos? No hay remedio: los que se glorí n del nombre de ciudadano, deben derramar su sangre, y carecer de las comodidades de la edad presente, para dejar a sus nietos un gobierno libre, sabio y duradero. De lo contrario, es amarse mas asi mismo, cuya existencia se encierra en el periodo de pocos años, que a la sociedad que .debe ser eterna. La historia es una leccion para el linage humano, y de ella de~ bemos sacar ejemplos. Recórranse, pues, las repúblicas mas nom– bradas, y veremo que su subsistencia, su prosperidad y permanen– cia fueron debidas a este principio; siendo la de los Lacedemonios un monumento incontrastable de lo que puede el hombre, cuando se propone ser fiel a sus leyes, y ser invicible. La de los Romanos, la mas celebre y poderosa d,e cuantas admiro el mundo antiguo, llegó u ser la soberana de la tierra por la observancia de sus leyes, por ~us antiguas instituciones, y sobre todo, por la educación de sus hijos, que no se dirigía a otro objeto que el que un ciudadano ro– mano muriese primero mil veces, que someterse a un yugo extran– gero, que admitir señores que gobernasen despóticamente su patria. At potius non esse quam esse per illum escribía Bruto a Ciceron, cuando este le dice, que le hallaría gracia delante de Augusto. La Grecia nos presenta entre otros un hecho de eterna gloria para los Mecenianos, cuando, luego que Epaminondas puso una ba– rrera contra la usurpación de los Lacedemonios, recuperaron vale– rosamente su territorio, despues de haber habitado largo tiempo una isla. ¡Quién no se deshara en lagrimas al leer en las paginas que nos han dejado Justjno y otros historiadores los sentimientos y dul– ces emociones de aquellos habitantes, cuando volvieron a pisar el suelo que los había visto nacer! Pero, volvamos a Roma, y fijémonos sobre aquel desiraciado periodo en que despue., de la muerte de los Catones, Sulpicios, Cice– rones y Brutos llegó a sugetarse a la absoluta dominación del exe– crable Octavio a quien lo cortesano de su tiempo consagraron el nombre de Augusto. No puede dudarse, que esta celebre república falleció por la cobardía, ó por mejor decir, por la falta de reunión de los ciudadanos bueno . Este e 0 un hecho perpetuado por los es– critores que en todos tiempos han hablado de la espirante república romana, y esta reflexión de todos los políticos. Sino hubiera decaído el patriotismo, si la disciplina e hubiese mantenido en su antiguo vigor, y las costumbres y el valor y la constancia en su primitiva pureza y energía, mas dilatada habria sido la época de los Camilos y

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