Los ideólogos: José Faustino Sánchez Carrión

JOSE FAUSTINO SANCHEZ CARRION 21 armas libertadoras. Con él marchó a Truj illo deonde, en el mes de marzo del año que espiró, se le encargó el ministerio general de los negocios del Perú. Y, con esta investidura, salió para Huamanga cuyo camino le franqueó ei próspero uceso de la batalla de J unín. Carrión, marchando a retaguardia del ejército iba recogiendo los laureles que sus armas cortaban y organizando las provincias que libertaban su triunfos. Su permanencia en el empleo de ministro de estado en los departamentos de gobierno y relaciones exteriores, cuando la tranquilidad, que salió del seno de la victoria, y reposaba a la sombra de las brillantes ballonetas que lucíanse en la margen oriental del caudaloso Apurímac, permitió dar un arreglo a los ramos de la administración, hace ver que su conducta, en la comi– sión de la Sierra, llenó cumplidamente la confianza y las e peranzas de Bolívar. Esta segunda elección justificó a la primera; y su me– moria célebre, presentada al congreso en el día solemne de su reins– talación, justifica la segunda. En ella están compilados los inmensos trabajos que pasó para cortar de raíz los abusos consagrados por las tres centurias de la época pasada; y las grandes medidas que tomó para el engrandecimiento del estado. Algún día se verán flo– recer las semillas preciosas de la prosperidad nacional que ya co– mienzan a brotar; y agradecido los pueblos, bendecirán, entonces, la mano que las sembró. Como aquello que sucede ordinariamente entre los hombres, Carrión se creía más bajo a medida que se elevaba. En el alto des– tino a que la patria le llevó, por la gran parte que tuvo en su existencia, y por que le había menester para su organización y sus progreso era más decesible y más humano que en el estado medio de que la revolución le sacó. Creció en razón de su fortuna; y el magistrado, trazando en su gabinete grandiosos planes para alvar una nación, parecía menor que el abogado registrando doctrin?-s, en su estudio, para salvar a un ciudadano. Sólo fué dominado por una clase de ambición; la de aventajarse a todos en la práctica del bien. Y si subió gustoso a la dignidad del ministerio, fué por que esta le daba ocasión de servir a los hombres; y le ponía en las manos el cincel con que se labra su felicidad. Al mérito le bastaba hacerse conocer para ser recompen ado. Pero, a pesar de que era, y se preciaba de ser amigo verdadero, no se le vió jamás di poner a la amistad el más pequeño de los cargo públicos, si no estaba acom– pañado de las disposiciones necesarias para su ecsacto desempeño. Siempre fué su norte el interé común, y la justicia su brújula. A tantas recomendable cualidades añadía una CmTión q'ue, aunque nos pareció ventajosa en un principio, el tiempo nos hizo ver lo

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