Los ideólogos: José Faustino Sánchez Carrión

JOSE j!AUSTINó SANCHEZ CARRION 587 :Pero todo esto, y cuanto pudiera decirse sobre· el divino arte que enseñó a analizar la supremacía nacional, y a fijar los límites de sus departamentos, dotando a cada uno con la fuerza que le haga valer por sí mismo, no saldría de la esfera de un teorema político, si lo funcionarios, a quienes se encarga el augusto poder de que hoy hablamos, no se penetran de la alteza de su ejercicio; de la su– blimidad de sus funciones, de lo que, bajo tal carácter., <l ben a la patria, en cuyo obsequio, los sacrificios más puros, ias privaciones más ilimitadas y la consagración más ar lienie, no son más que justos tribunos de que a ella es deudor el ci u<ladano. La Constitución señala, pue;:;, las atribuciones de la Corte; por eJlas, le corresponde hacer efectiva la responsabilida<l del primer magistrado de la nación, de los Ministros de Estado y <le las Cor– tes Superiores; a ella toca consultar las dudas sobre la inteligencia de las leyes, y ella debe conocer a las grandes causas que concier– nen a los negocios diplomáticos. ¡Qué encargos, señores ! Toda la nación está librada a vuestro juicio; porque sin responsabilidad, sin poder coercitivo, sin el idioma claro de la ley, no hay sociedad. ¿No parece que hombres de distinta especie a la que ha ta aquí han aparecido,. debieran encomendarse de tales juzgamientos? Así es, señores, y yo soy incapaz de aceptar con el lenguaje que exprese propiamente el género de sabiduría, de incorruptibilidad y de los otros dotes que en eminente grado os cumplen? ¿Qué podré decíros al depositar a nombre del Gobierno en vuestra balanza de oro el honor, la vida y la hacienda de nuestros conciudadanos, cuando el fiel de ella ha de decidir, para siempre, sobre estos bienes inefables, cuando ya no queda esperanza de re– medio, si por desgracia, algún pequeño escrúpulo alterase el paso'? Por cierto que al detener la consideración sobre este pensamiento, 110 habrá alma interesante en las transacciones patrias, que no se transporte a una región, de la que no puede volver sino estática– mente sumergida en un nuevo cúmulo de perplegidadcs? Independiente, libre y soberano el Perú, ¿qué tiene ya que ape– tecer? ¡Leyes! Por bárbaro que haya sido un pueblo, nunca ha dejado de tenerlas buenas. ¡Costumbres! Ellas sí que van a for– marse bajo la dirección de este Areópago. A él se le presenta una bella oportunidad de rectificar y dirigir la conciencia civil de los pueblos, teniendo por consiguiente en su mano el origen de la hu– manidad, de la moderación y de las demás nobles pasiones que con– dufican al corazón humano tras la suprema de ellos, cual es, el amor a la gloria y el hábito de la proposición industrial a los lla-

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