Los ideólogos: José Faustino Sánchez Carrión

JOSE FAUSTINO SANCHEZ CARRION 593 La seguridad pública se ha conservado por medio de disposi– ciones extraordinarias; pero no depositándose su vigilancia en con– sejos militares, como podía exig'rlo la azarosa posición a que había sido reducida la República, sino en un cuerpo judiciario, conforme al decreto de 3 de abril, teniendo la satisfacción el Gobierno de haber adecuado esta medida a la que prescribió el Congreso en cir– cunstancias más favorables por su soberano decreto de 20 de octu– bre de 1822. Ha habido algunos juicios sobre delitos de infidencia, pero sin haberse faltado a la justicia: se complace el Gobierno en anunciar al Congreso, que una sola víctima no ·se ha sacrificado, y que la humanidad no tendrá que reclamar fuero alguno en el período del mando dictatorial; de modo que si en la historia de varias naciones comparece bañada en sangre la dictadura, en la del Perú se ofre– cerá siempre sobre el trono de la ley y hablando el lenguaje de la clemencia y de la humanidad. Si algunos procuraron perturbar el orden, fueron alejados desde luego por algún tiempo de sus hogares; pero variadas las circunstancias, unos reposan ya en el seno de sus familias, y otros están en camino de reunirse con ellas. El espíritu de mantener la seguridad pública, y no el de satisfacer resentimientos a vuelta de acusaciones fementidas, han animado al Gobierno; y, por eso, los mismos reos han conocido la justicia y la humanidad con que se les ha tratado. El régimen eclesiástico, tampoco ha sido olvidado; porque aun– que el Gobierno no sea más que un protector de la disciplina, ha tomado interés en su regla interior, que los mi mos cuerpos ecle– siásticos, viéndose so tenidos y re petados por la suprema autori– dad, han puesto a sus cabezas sacerdote , que reuniendo sentimien– tos del más puro patriotismo a un espíritu verdaderamente apos– tólico, han logrado varias reformas y ventajas. Entre ellas la de aquietar las conciencias de muchos, que, perturbadas por sacerdo– tes ignorantes y fanáticos, oponían una barrera interior a la .causa, manteniendo en lamentable inquietud a las gentes que, por otra parte, conocían la justicia de la causa, pero que se abstenían de ella como de un crimen contra la religión. Mas, los pueblos han vi to q'ue el poder dictatorial la ha protegido, que ha tenido un celo infatigable en que los párrocos no abandonen sus doctrinas, en que, cuando la cau a pública ha exigido la separación de algún párroco. El Gobierno se ha entendido siempre con la autoridad eclesiástica, exponiéndole las razones que exigían la medida, pero nunca intro– duciéndose en dictar arbitrariamente providencias sobre esta ma-

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx