Los ideólogos: José María de Pando

372 JOSE MARIA DE PANDO en la anarquía, se vio precisado a evitarla, prendiendo a algunos, y haciendo comparecer a otros para examinar sus ramificaciones; y aunque hasta hoy no se ha logrado llevar la prueba al grado de evidencia que se procura obtener, el Gobierno por su propia se– guridad, y por el imprecindible deber de preservar la tranquilidad publica de las insidias que podrían continuar tendiendola los que manifestaron sin embozo su oposicion a el actual orden de cosas, ha dispuesto que salgan del territorio del Estado algunos de aque– llos de cuya prestacion al sosten de las leyes no este satisfecho ampliamente. El Señor Lynch, sin otra refleccion que apelar a su buen sen– tido, sobre las ocurrencias a que se refiere, se convencera que es– ta determinación no entorpece ni altera en lo menor las relacio– nes amistosas que el Gobierno del Perú desea robustecer con el suyo; y que si por una parte se debe respetar el reposo y la segu· ridad del Ciudadano pacifico, por otra hay un derecho inconcuso para alejar a los que quisieren perturbarle en el ejercicio de sus goces. Nada podía ser tan doloroso para el Gobierno, nada tan opues· to a los principios que profesa, como la adopcion de medidas vio. lentas y extraordinarias dirigidas a causar molestias a ciudadanos de una Republica amiga del Perú. Pero la salud publica es la ley suprema a la cual es forzoso que se pleguen las consideraciones mas legitimas, y los deseos mas ardientes. El Gobierno hubiera 1nfringido el mas sagrado de los deberes si, apatico o amoroso, hubiese aguardado para adoptar remedios, a que el mal se hiciese incurable. Deplora si muy profundamente la necesidad en que se ha visto de separarse de la dulzura y condescendencia que ha usado hasta aquí, y que no puede disputarsele sin notoria injusti· cia; Yse promete que, pasadas las circunstancias delicadas del mo· mento, robustecidas las instituciones, y arraigado el orden Y la tranquilidad, las mismas personas que ahora salgan momenta· neamente del pais, volveran a el bajo auspicios mas favorables. En cuanto a los demas, pueden contar con una proteccion propor– cionada a la rectitud de sus procedimientos. Inexorablemente se· vero para los que pretendan abusar de la hospitalidad, y pertur– bar el orden establecido, el Gobierno velara con paternal solicitud sobre los hombres íntegros y pacíficos. Solo la malignidad o la demencia pueden censurar una conducta garantida por el dere· cho privilegiado de la propia conservacion, o pretender que un pais recien libertado, no definitivamente constituido, que encierra todabia elementos de inquietud, y agentes activos de intrigas ex·

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