Los ideólogos: Juan Pablo Viscardo y Guzmán

TRAS LAS HUELLAS DE VISCARDO LXIII los criollos sufren del sistema colonial y de los europeos. Pero "todas las otras clases mixtas, -añade- se acordaban perfectamente y hasta supera– ban a los criol1los en esta antipatía contra los españoles europeos". Y lue– go de especificar las razones del rechazo poT parte de cada grupo, declara a su corresponsal: "No quisiera que V. S. se figurase que estas clases actúan separadamente, antes bien que se imaginase conmigo que tales clases for– man un todo político en el cual los criollos, po11 las razones arrib.a expresa– das, ocupan el primer lugar, las Tazas mestiza~ el segundo y el último las indias". Ante el acontecimiento que decide sus inquietudes revolucionarias, Viscardo postula la integración desde su propia realidad y condición de crio– llo. Pero de un criollo que tenía una visión amplia y completa del Perú, qué había crecido entre parientes indígenas y mestizos; había aprendido "mediocramente" dice él, la lengua peruana, el quechua, y la había apTen– dido en el Cuzco, que es, según su propia fórmula de peruanismo, "el único lugar en que se puede adquirir una verdadera idea del Perú". Proyectaba sin duda su experiencia personal, su infancia en Pampacolca, su adolescencia en el Cuzco, y edulcoraba por la distancia y, por la nostal– gia del pTolongado exilio esta estampa que podría ser el ápice de la leyenda rosa de los criollos en las póstrimerías virreinales. Pero lo que importa es destacar las afinidades de la actitud ante la misma realidad hispanoamericana. Un cacique mestizo como Condorcan– qui, de i}la estirpe de Huayna Cápac, y un criollo como Viscardo, postulaban por caminos confluyentes una búsqueda del propio ser nacional, la concilia– ción y la aTmonía de las diversas comunidades. Y hasta se podría aceptar que también propicia esa integración, por vías muy distintas sin duda, un peninsular perulero, un funcionario culto como Alonso Carrió de la Vande– ra, el autor de El Lauvrillo de ciegos camÁna;n.tes, quien en su última obra La Reforma del Perú de 1782, estudiada por Macera, propone también una reestructuTación del país y, desde su perspectiva de colonialista pruden– te y alerta ante la crisis, plantea las principales reformas que la profunda experiencia de Túpac Amaru aconseja adoptar; sólo aquellas, sin embargo, que garanticen la continuación del sistema colonial. En los decenios finales del XVIII resulta claro, pues, que el fervor regionalista, la introspección de lo vernáculo, el patriotismo nacional que florece en el clima de la Ilustración, alcanza, con todas las limitaciones del desface, a las sociedades hispanoamericanas en un estadio de inquietudes po– líticas y de reformas administrativas y económicas que precisamente la re– belión acelera y profundiza. Se produce en la metrópoli, no cabe duda, una nueva actitud frente a la realidad de América al tiempo que maduran prn– yectos integradore51 al estímulo de la gran rebelión. La denota de Túpac Amaru y la represión de todas sus gentes no produce un hiato entre ese levantamiento y las posteriores rebeliones y cons-

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