Los ideólogos: Juan Pablo Viscardo y Guzmán

LXIV CÉSAR p ACHECO VÉLEZ p1rac10nes. PoT el contrario, la investigación documental 'cada día ofrece nuevos indicios de que tanto en el ánimo de la corona cuanto en la vida misma del Virreinato aquello fue un anuncio que no pudo desoírse, un fac– tor condicionante definitivo e insoslayable que sentó las bases y preparó el ánimo para todo lo que luego vendría. Se ha exagerado tal vez el divorcio entre Túpac Amaru y las aristo– cracias criollas urbanas. Además del eco lejano y vi.go roso, aunque idealizado, de ViscaTdo, es interesante destacar las vinculaciones del cacique con un criollo limeño de las significaciones de Baquíjano y Carrillo. Baquíjano había hecho, como Protector de Indios, la defensa de oficio del cacique de Pisac T.ambohuacso, que se levanta con el criollo Farfán de los Godos en el Cuzco,.un año antes que Túpac Amaru. En agosto de 1781, muy vivo aun el recuerdo de las tre– mendas escenas de mayo, Baquíj ano pronuncia en San Marcos el Elogio . del virrey J áuregui, que es un severo enjuiciamiento de la política de Areche, un llamado a la reconciliación en un tono de innegable simpatía por el re– belde y una identificación de sus principales demandas con el bien común del virreinato peruano. Pocos meses mas tarde Baquíjano se constituye en defensor del conspícuo cusqueño Antonio Ugarte, pariente de Condorcanqui y acusado por las autoridades españolas de haberlo secundado. Casi de in– mediato, da la batalla, sin éxito, por la Teforma de San Marcos, pero im– pulsa, en cambio, junto a Rodríguez de Mendoza, la del Convictorio de San Carlos. Por su actuación de esos años Baquíjano ve proscrita la edición <le, su Elogió y detenida casi por veinte años en el Consejo de Indias su ca– rrera en la Audiencia de Lima y en la Universidad. Hay cartas en que el Virrey Croix denuncia ante Madrid la sospechosa conducta del profesor li– meño. Sin embaTgo de su cambio de posición a un autonomismo fidelista, en su Dictamen sobre la Pacificación del Perú, de 1814, que es como su tes– tamento político, reitera la defensa de la causa de los indios de su patria, y alega ante Fernando VII por su derecho a la tierra y a la justicia tributaria, en una actitud que no se explicaría sin una íntima adhesión a la idea na– cional peruana. La colaboración que Túpac Amaru recibe y la resonancia que en– cuentra entre los criollos, no está aun totalmente esclarecida. Pero además, la reacción metropolitana ante el levantamiento no afectó sólo a las masas indígenas, por la proscripción del quechua, las obras del Inca Garcilaso y cuanto mantuviera vivo el recuerdo del pasado incai– co, por la nueva actitud ante los caciques y su educación, por los intentos de una más rápida hispanización. Afectó también a los otros sectores. Sin duda alguna agudizó las tensiones entre criollos y peninsulaTes y ahon– dó las frustraciones de aquellos, haciéndolos asumir muchas de las deman– das del cacique cusqueño, que, como el Cid, ganó varias batallas después de su muerte. El régimen de las Intendencias iniciado en La Habana va-

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