Los ideólogos: Juan Pablo Viscardo y Guzmán

TRAS LAS HUELLAS DE VISCARI)O LXV rios lustres antes, y continuado con fuertes resistencias en Nueva España, sólo llega a Buenos Aires en 1782 y su implantación en el Perú se 6ecide en 1784, al comienzo del período de Croix, durante la Visita de Escobedo. El nuevo sistema agrava el centralismo y el fiscalismo y amplía la cu0ta de peninsulares en la administración con el consiguiente desplazamiento de los criollos, ahora todos ellos poco menos que sospechosos para la corona. Las actitudes antiamericanas del ministro Gálvez, no distinguen dema~iad© en– tre indios, mestizos y criollos a la hora de fortalecer el régimen metropoli– tano. La débil rectificación de esta conducta en el último decenio del S. XVIII, contra la cual alertará Viscardo a los criollos en' su posterior Carta, por engañosa e insincera, no cambia la situación. La rebelión de Túpac Amaru, en la culminación de un largo prnce– so de movimientos indígenas, fue seguramente el último predominantemen– te quechua y el primero que intenta aglutinar a otros sectores; y al mismo tiempo fue la mas peligrosa de las varias explosiones antifiscalistas de esos lustros, que resumían el general descontento, el estímulo para otras pG>Ste– riores, y el secreto aliento en la lucha por la liberación de las masas cam– pesmas. Puede hablarse, como afirman Lohman Villena y Macera, de un ciclo político y literario de Túpac Amaru que abarca los dos últimos decenios del XVIII y los dos primero~ del XIX y que por tanto llega a los estadios finales de la guerra emancipadora. La intentona descabellada de Aguilar y Ubalde en el Cuzco en 1805, en la que participan indios, mestizos, criollos y hasta peninsulares; la revolución otra vez del Cuzco en 1814 en la que los hermanos Angulo llaman al cacique Pumacahua, otrora perseguidor del. de \ Tinta, para que como representante de la aristocracia indígena encarne el carácter nacional del levantamiento, y que en su moment:o arequipeño, con Mariano José de Arce, intenta tomar contacto con los criollos patriotas de Vega del Ren y Riva-Agüero, a la sazón dominantes en el Cabildo constitu– cional limeño; los discursos de Dionisio Inca Yupanqui en defensa de sus paisanos y las apelaciones de Morales Duárez a la gran patria que a nadie excluya, en las Cortes de Cádiz; el sugestivo proyecto llamado Plan del Inca, que se debate en el Congreso del Tucumán y recibe el apoyo entusias– ta de Belgrano, Güemes y aun San Martín y que intenta ampliar a toda la América del Sur la consolidada independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, trasladando la capital al Cuzco y rodeando a la nueva federación de símbolos incásicos, que por cierto recuerda al anterior pro– yecto aireado por Miranda en Europa precisamente en los días de Túpac Amarn; la publicación en Buenos Aires, casi al mismo tiempo, de un intere- ante panegírico de Condorcanqui y la segunda edición hispanoamericana de la Carta de Viscardo, con una proclama del propio Miranda; todo, en fin, delata esa continuidad anímica, esa solidaridad de inquietudes e ideales en– tre los orígenes y el clima espiritual de las' campañas finales de la indepen-

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