Los ideólogos: Juan Pablo Viscardo y Guzmán

j uAN PABLO V1scARDo Y GuzMÁ 801 La España, exceptuando Cadiz y la I sla de Leon, está en poder de los franceses, no tiene voluntad, no puede expresarl a: restan solo en apti– tud la Isla, Cadiz, y las Américas. Cadiz y la Isla no pueden dar la ley á unas provincias que por si componen mas poblaciones que toda la penín– sula entera: luego Cadiz y Leon deben estar sujetos á ]a voluntad de la América; ó ésta no forma una p arte integral de la nacion española, ni de– penden de élla en manera alguna. Est o supuesto, la América por si está en aptitud de poder continuar al Sr. D. Fernando VII en su dominación, ó separarlo de ella: mas claro, puede trat ar de su independencia, sin ofensa de familia real alguna, y sin que miembro alguno de su seno pueda opo– nerse. Esto es lo que la América debe á Fernando II. Agreguemos á esto la muerte civil de la fam ilia que ultimamente rey– naba, y el derecho de la América, no solo para tomar otra constitucion que le acomode, sino para hacer en si las divisiones que mejor le parezcan : ¿será disputable que la América t oda piense en la independencia, 6 á menos en darse una nueva constitucion ? Así lo manifiestan sus generales movi– mientos, y baxo este cierto concepto ni aun por ofensivo á los derechos ge– nerales, puede regularse el movimiento particular de Buenos Ayres. Descubiertos asi los derechos de la América, ¿podría .S. opoA.erse á ellos aun quando sus movimient os fuesen rectos á Ja independencia, sin constituirse en un asesino de su patria, y en un de1conocido, y desnatura– lizado usurpador de los derechos de un suelo á que debe su existencia na– tural y politica? No ci ertamente. Luego t anto mayores serán los atentados deplora– bles de V.S. si se opone á los deseos de la América, quanto menos sea lo que pida ésta. Buenos Ayres h a dicho que adora á su Rey prisionero: que en sus cadenas lo venera y lo respeta: y que no estando en disposicion de gobernar por sí, trata de nombrale un representante, que en su nombre nos gobierne formando un congreso que lo elija. ¿Y V.S. que ama á su rey puede oponerse á unos sentimient os tan legales. ¿V.S. que ni un acto de representacion t endrí a para oponerse á la independencia que intentase la América en general, se opone á un acto que asegura en las sienes del Sr. D. Fernando VII la corona. Ah! Que no son estos derechos sagrados los que V.S. defiende. Los sucesos de La Paz, que debieron haber excitado mas bien su compasion, que su ira, y que vengó con sangre y fuego, manifiestan los sentimientos que abriga su pecho. Mi corazon se deshace al conside– rar las victimas de un ap resuramiento intempestivo, que V. S. sacrificó á su ambición. ¿Más qual pudo h aber sido la causa? Si .S. esperaba el pre– mio de la mérica, iba muy engañado; pues la América toda á pesar de lo que le digan sus asalariados aduladores lo aborrece· y s1 de España ¿Pudo V.S. pensar que t ubiese poder algun dia para ello? Este parece un error mayor: porque ¿como había de caber en la cabeza de V.S. que cono– ció el estado de prepotencia de la Francia, que el miserable de la España

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