Los ideólogos: Juan Pablo Viscardo y Guzmán

308 CÉSAR PACHECO VÉLEZ en la imparcialidad del gobierno por medio de su júbilo y general contento, y que hasta hoy ningún particular ha podido quejarse sino de su propia comportación. Más tampoco veo que las noticias relativas al estado actual de la antigua España, anunciado con aparatos de prosperidad en los manifiestos y papeles públicos sean más seguras ni menos fabulosas que las anteriores. El viuey Abascal olvidando que también discurren los hombres que habi– tan cerca de él, publica que la España ha convalecido, y que restituida en su vigor será el contraste de nuestros planes de equidad. ¿Y quién no ve la impotencia de estas fastuosas noticias? Ellas descubren los temores de un tirano, que no encuentra asilo sino en la falsedad, y que para sostener– se se ve en la precisión de hacerse más sospechoso, ocultando siempre la verdad y public-ando a cada paso la mentira. N adíe ignora que atacada la constitución de España mucho tiempo ha por sus mismos agentes y minis– tros, y enervados los últimos residuos de su fuerza por las armas de un dés– pota guerrero sucumbirá enteramente y su ruina llenará la última línea en los fastos de su historia. Según estos principios no es el celo por la causa del desgraciado Fernando el que nivela los planes prestigiosos del viney de Lima. y sus secuaces: él ve que casi todos los pueblos de la América austral y septentrional proclaman su libeTtad: él sabe que en su mismo territorio hay alm;is nobles y virtuosas que jamás harán paz con los tiranos: él co– noce que las mismas fuerzas con que al presente intimida a los pueblos amenazan su despotismo, y en tan fatales conflictos llama a mis satélites, invita a sus parciales, entra en consejo con ellos y resuelve descargar los últimos golpes de su furor sobre los que se han decidido1a no ser esclavos: fomenta un ejército de oposición para resistir a las armas de la patria que van a auxiliar los oprimidos, y se arroja el derecho de declarar que las pro– vincias de su distrito rehusan este auxilio y protestan sentimientos contra– rios a los de este gobierno, como si la calidad de virrey; es deciT de un sim– ple ejecutor de las leyes lo autorizase para un negocio quej sólo mira al in– terés de los pueblos a quienes exclusivamente toca declarar su voluntad en este caso para oponer la fuerza o uniformar sus sentimientos. Yo por lo menos no reconozco en el virrey ni sus secuaces representación alguna para negociar sobre la suerte de unos pueblos, cuyo destino no depende sino de su libre consentimiento y por esto me creo obligado a conjurar a esas provincias para que en uso de sus naturales derechos expongan su vo– luntad, y decidan libremente el partido que toman en un asunto que tanto intel"esa a todo americano. Yo debo esperar que bien reflexionados los antecedentes correspon– derá el suceso a mis deseos, y toda lai América del Sur no formará en ade– lante sino una numerosa familia, que por medio de la fraternidad pueda igualar a las más respetables naciones del mundo antiguo. Pero si la di– visión frustrare mis conatos, yo no podré evitar la ruina del comercio acti-

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