Los ideólogos: plan del Perú y otros escritos

XIV ALBERTO TAURO ambages lo expuso así ante el propio Rey, aunque sólo aparentase encarecer la valía de sus servicios: "Millares de hombres obedecen a V. M. porque yo le obedezco" 13 • Y con plena ingenuidad lo expresó también ante la opinión del país emancipado, pero fingiendo la virtuosa modestia de un repu– blicano: "Yo, con un partido en lo interior del Perú, de un millón y qui– nientos mil hombTes, me contento con ser el último ciudadano libre" 14 • Es el ideólogo, que profesa con orgullo su apasionado culto a la razón; que identifica la grandeza del destino con los progresos de la 1 ilustración; y as– pi ra a labrar la felicidad general mediante un sistema basado en la impar– cial observación de la naturaleza de las cosas, y enderezado a fijar las nor– mas que salvaguaTden la armonía de las relaciones entre los hombres. Sus ideas surgieron al calor de los acontecimientos cotidianos. Al– gunas, como una simple contradicción con las circunstancias de la realidad; otras, como secuela de las orientaciones que sustentaba la ciencia social de u tiempo; y, tal vez en su mayoría, ajustadas a la equilibrad'a intención del derecho. Primero, en las fogosas páginas de su Plan del Perú, compues– tas en once días ( 1810) para atender al amistoso requerimiento que le hi– ciera el Ministro de Gracia y Justicia; y si en ellas presentó sólo "el cua– dro de la verdad, aunque feo y tosco", bien claro apuntó que lo había tra– zado para comprometer la compasión de aquel funcionario y dar fin a las calamidades que sufrían los dominios hispánicos. Luego expuso sus Tefle– xiones en sucesivos memoriales, elevados al Rey o a las dignatarios penin– sulares, para poner en su conocimiento algunas turbulencias de la coyun– tura coetánea, e insistir en la conveniencia de restablecer y salvaguardar la paz civil, mediante el abandono del gobierno tiránico, el respeto a los dere– chos natUTales del pueblo americano, y la consecuente observancia de una política conciliadora. Y bajo la égida de la libertad dio a la estampa una serie de "discursos", así como numerosas proposiciones, que en su conjunto tendían a definir los alcances de las instituciones republicanas. A través <le formulaciones tan diversas integró la imagen de un gobierno virtualmen– te perfecto, en el cual tenían significación valedera la equidad, la justicia, el bienestaT y la felicidad: es decir, un gobierno ceñido a las armoniosas pre– visiones de la razón. Y el propio Manuel Lorenzo de Vidaurre mencionó un preclaro antecedente de tales concepciones: "no hago aquí sino formar mi República", y, así como "los griegos no se ofendieron de que Platón es– cribiese la suya, nuestros jefes deben oir con indulgencia mis proyectos" 15 • .•uizá tendía a ungirse con la fama del filósofo ateniense; pero lo cierto es que su compañía bastaba para franquear la comprensión general y le per– mitía desafiar la injurias del tiempo. Sin requilorios, ni modestia, podía agregar: "Si hoy no son aceptables [mis proyectos], si no pueden realizarse ia En su Repr sentación manifestando que las Américas no pueden ser sujetadas por las armas? y sí atraídas por una pacífica reconciliación. 11 En su Di urso a los habitantes del Perú. 1' En su Dis ·urso séptimo.

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