Los ideólogos: plan del Perú y otros escritos
484 MANUEL LoRE zo DE VmAuRRE cuando sean diametralmente opuestos al general que es adoptado en nues– tra América. Comercio franco con todas las naciones, y mucha disminución de deTechos para aquellas que nos han reconocido. Tolerancia religiosa pa– ra los que observan diferentes ritos, que los que hemos recibido por nues– tras particulares Constituciones. ¡Ah! cerca de treinta y tres millones de víctimas sacrificadas por el fanatismo desde tiempos del hebreo, hasta prin– cipios del siglo presente, nos enseñan a ser humanos, pacíficos y compasivos, aun para aquellos que caminan por sendas muy diversas. Venga el extran– jero: cualesquiera que sea su culto, él será admitido, respetado, protegido, si su moral, que es la verdadera religión , no desmiente de la que enseñó nues– tro Cristo. Sean nuestros maestros en la agricultura y en las artes. Desa– parezca de nuestros campos el semblante triste y desesperado del africano oprimido con las cadenas de la fuerza y el poder. Vea a su lado un hombre de aquella color que creía un signo de superioridad. Empiece a ser racional, percibiendo que en nada se distingue de los demás hombres. ¡Inmortal Pitt, elocuente Fox, turbad por un momento vuestro reposo, sacad la ca– beza de las tumbas y admiraos al contemplar que los países que fueron de la esclavitud, son aquellos en que más se venera nuestras máximas filan– trópicas. Con respecto a nosotros mismos dos son los terribles escollos. Es el uno el deseo de engrandecimiento de unos Estados a costa y en detrimen– to de los otros. Es el segundo, el peligro de que un ambicioso quiera aspi– rar a la tiranía y esclavizar a sus hermanos . Temo ambos casos, tanto co– mo desprecio las amenazas de los débiles españoles. No puedo extinguir las pasiones, ni convendría extinguirlas: ¡Este hombre siempre anhelando! Siempre fue injusto, ¿y le haremos que ame de pronto la justicia? Yo con– fío: él h<:t experimentado los estragos causados por el desorden de los deseos. Sully y Enrique IV, proyectaron un tribunal que impidiese en Europa lo primero. En nuestros días Gondón escribió un tratado sobre la misma materia. Esta dieta realiza los designios loables del Rey y de los filósofos. Evitemos guerras, reduciendo todo a mediaciones. El efecto de la guerra es la conquista. Un Estado crece reduciendo al vencido. Montesquieu dijo lo que era. Debonayre lo que debería ser. Con cada victoria Napoleón ad– quirió nuevos territorios a la Francia. Una flecha tirada en nuestros cam– pos o montañas, será un horrendo trueno que nos haga sentir en todo el continente y en las islas. ¿Y sobre qué disputaremos? Nuestros frutos por todas partes se producen, nuestros terrenos son inmensos, nuestros puertos hermosos o seguros, nada tiene que envidiar una República a la otra. ¿Iba el pastor de mil ovejas a robar el corto Tebaño del vecino? ¡Qué injusticia! La dieta no lo consentirá. Como muchas veces por las alianzas vienen las guerras, la América pa– rece que sólo entrará en ellas de común acuerdo de todas las partes contra– tantes. Suspendo mi raciocinio poTque es prevenir las decisiones.
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