Los ideólogos: plan del Perú y otros escritos
486 MANUEL LORENZO DE VIDAURRE ésta el comercio no tiene un curso uniforme: se interrumpe a menudo en perjuicio de los estados industriosos y traficantes. ¡Qué distinta era la po– sición de Inglaterra cuando reconoció la independencia de Estados Unidos. Sabios ingleses conducid a los ciegos españoles! Mientras se resiste a la mediación de las potencias que nos protegen, sus frutos, sus efectos, y toda especie de su suelo, o de sus talleres o fá– bricas sean enteramente prohibidos. Decomísense donde quiera que se descubTan y pierdan el cargamento los que fuesen convencidos de haber quebrantado una ley de que no podemos prescindir. Concluyan del todo las manufacturas de Valencia y Barcelona. No trabaje España, no teniendo para donde extraer. Fernando VII se persuada que si la falta de su reco– nocimiento nos obliga a gastos espantosos, teniendo que mantenernos ar– mados, también destruye las reliquias de un Teino miserable destrozado por la discordia y abatido bajo el yugo de una¡ nación extranjera. Si alguna vez fuese accesible a unas razones fundadas en la más rigu– rosa justicia; si se persuade de que mal puede recuperar lo que no supo mantener; si se convence de que no tiene en las Américas ni facciones, ni puntos de asilo, entonces se expresará de otro modo el sensible america– no. No compraremos nuestra independencia. Nos horroriza el nombre de libertos. Somos constituídos en Estados con derechos iguales a los que tienen los europeos. Somos hombres espontáneamente unidos en sociedad y sólo sujetos a los pactos que en ejercicio de nuestro albedrío hemos foT– mado. Si Fernando VII los roconoce, y entra en una reconciliación genern– sa que se le ofrece, olvidaremos los inmensos males que nos ha causado, y el día de la paz, será el de la unión más sincera. Con violencia y contra nuestro carácter continuamos la guerra. La concluiremos con el placer más vivo, no finalizando de un modo deshonroso. Pero Señores, este reconocimiento no es el punto que más nos interesa. Holanda era muy rica y conquistadora antes de ser reconocida. Los suizos tenían alianzas con los soberanos de Europa antes que los reconociese la Ca– sa de Austria. La existencia de un Estado no depende de su reconocimien– to: este sólo sirve para abrir relaciones. El ser de una nación consiste en su organización interior política. Tengamos esta que al mundo entero le conviene comunicarnos. Guardemos decoro: no admitamos extranjeros que no vengan autorizados con las formas diplomáticas. No consintamos que en nuestros pueTtos se enarbolen pabellones sino de aquellos reinos y Repúbli– cas donde los nuestros sean admitidos. Sobre todo formemos una familia, concluyan los nombres que distin– guen los países y sea general el de hermanos; trafiquemos sin obstáculos, giremos sin trabas ni prohibiciones; en ninguna aduana se registren efectos que sean americanos; démonos de contínuo pruebas de confianza, desinte– rés y verdadera amistad; foTmemos un cuerpo derecho que admire a los pueblos cultos; en él, la injuria a un Estado se entienda causada a todos, como en una sociedad bien arreglada la que se comete contra un ciudadano
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