Los ideólogos: plan del Perú y otros escritos

INTRODUCCION Iarco Aurelio dormía poco, pensando en el bien de -sus vasallos* su nombre e perpetúa por su virtud y su elogio es una lección para los prín– cipes. No siendo el monarca otra cosa, que el alma de todos lo pueblos que gobierna, está obligado a meditar y velar sobTe la felicidad de cada uno, como lo hace el hombre para con su individuo. N ingún racional es tan indolente con u persona, que mire con indiferencia el mal en la parte menos noble de u cuerpo. El golpe en una uña le es sensible y en la oca– sión cuida y atiende un pie, lo mismo que el cerebro. Conoce que el más corto achaque con el incremento puede hacerse terrible: en la pequeña lla– ga se cautela de la gangrena; la atiende Tepara, para que no se infecte la sangre y con ella los demá miembro . Quien a í no procede es un autóma– ta o un frívolo indigno de exi tencia. Esto que hace el hombre para con igo mismo, es lo que deben obser– var los reyes con respecto a los reino , a la provincias y a cada uno de lo ciudadano . Depositario de lo derechos y obligaciones de cuantos habitan en sus dominio , ninguna persona, ninguna cosa le e ni debe ser desprecia– ble o indiferente. El mal pequeño deben cortarlo e impedirlo en su origen, para que no se haga grande. El celo debe ser general y común, la atención continua y el buen deseo sin el menor intervalo. El descuido trae una rui– na, una pérdida irreparable, y de ello tenemos lo más trágicos ejemplos. Siguiendo este sistema, como el hombre no atiende únicamente a re– parar el mal, sino a procurar y proporcionar cuanto conduce a hacer dicho a su vida, el mon arca, que es el hombre universal desarraigados los daños, meditará sobre las ventajas de la comunidad 1, contraído a estos dos esencia- Sublime pensamiento de la filosofía de la naturaleza. 1 En una de mis obras filosóficas he manifestado la imposibilidad de constituir un Rey, que llene sus obligaciones en favor de los pueblos y que no aspire al despotismo. Hoy, en esta edad en que los hombres de la que se llama ínfima plebe, conocen sus derechos y los aman, son los soberanos más déspotas que en los siglos anteriores. Todo el que lea con atención el Congreso de Viena hallará que los tratados son en bien de los monarcas po– derosos y ninguno para el bien de los hombres en general. Allí se han con– tado los racionales como las bestias, para las que se llamaron indemnizacio– nes. Han resistido los pueblos a los nuevos reyes constituidos contra su vo– luntad y la justa oposición a estas permutas se ha rotulado enorme crimen. La parte de la Sajonia cedida a la Prusia lo demuestra. ¿Quién no llora al oír el triste fin del valiente y virtuoso polaco Kociusco, que defendía la in– dependencia natural de su patria? Catalina II mancha su historia encerrán– dolo en una prisión como el mayor de los criminales. Siempre estuve convencido de que no podía haber reyes justos: los de

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