Los ideólogos: plan del Perú y otros escritos

DEL PER, 11 lo fuerte . En vano lo oprimidos gemían de cuando en cuando por acu– dir el yugo y restauTar su libertad. Esto les traía dobles males en un su– ce or má criminal, o en una anarquía que hacía coniesen ríos de sangre: no e necesita otra prueba que la hi toria de la con piraciones. o ob tante la inten idad de e ta dolencia , ellas no son incurable ; todo depende de que el Rey penetre de las nece idades públicas, conozca que sus vasallos no on uno entes criados para u placeT, mire y respete en el má pequeño una paTte de sí mismo vea la prosperidad general como un bien propio. Que el pueblo conciba que la rebelión no es un remedio, que la mudanza del qu manda nada apr vecha y que la felicidad depende de unirse con el monarca indagar los males, pe ar y examinar sus causas, cortar los abu o , reconer las leye , rectificar las útiles, derogar la perni– ciosas, o la que ya no on de provecho por la alternativa de los tiempos, variedad del clima y co tumbres. En una palabra l R y el pueblo en una unión perfecta y religiosa e deben hacer felices d sempeñando mutuamente sus derechos y obligacio– ne y formando aquella armonía que celebra un naturalista, en la que el menoT quebramiento altera y perturba, destruye y descompone la justicia del plan primitivo. sí como aquel célebre metafí ico que con pocas cuerdas quiso explicar la composición de toda la idea , pero decía que la rotura o disonancia de una causaba la locura; a í con el arreglo en la voluntad del príncipe y de lo va allos s conseguirá la dicha más perfecta. ¡Ojalá ésta fuera la ciencia que e en eñara a lo reye en la e cuelas al vulgo de los niños! Entonces la angre del hombre no se denamaría por capricho: se proscribiría el bárbaro dictamen de que la voluntad absoluta del príncipe es la uprema de las leye · y lo va allos conocerían, que sin pulsar todos los medios de suavidad, respeto, ruego, veneración, llegar a un rompimien– to cualquiera que ea con la pote tad suprema, no es ino fabTicarse una cadena más fuerte, o morir sofocados o nvuelto en el nuevo edificio que pretenden levantar. Yo le aconsejaría iempre con el Marqués de Sanau– bint, que esp ra en un ucesor; porqu en tale ca os ninguno aca peor partido que el que se arroja a la fuerza y a las armas 2 . La uropa y en ella nuestra España ya han xperimentado el resul– tado del desorden por una y otra parte. Los reyes han padecido y los re– volucionarios insen iblemente fueron arrastrados a mayor servidumbre. Como para pasar de la monarquía al despoti mo no se nece ita ino un es- 2 En el año de 10 no podía escribir de otro modo: es necesario confe– sarlo mis conocimientos entonces eran muy limitados. Los prejuicios de la educación sofocaban las reflexiones de mi espíritu: mis ojos cubiertos con las nubes del error veían en los reyes un carácter casi divino. La lectura, los viajes, las observaciones en las Cortes, me haC'en creer que son los únicos y verdaderos diaqlos; los pueblos que por voluntad propia, sufren un momen– to la tiranía, deben sufrirla siempre; es indigno de la libertad el que no quie– re recibirla y que no pone todos los medios ordinarios para alcanzarla.

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