Los ideólogos: plan del Perú y otros escritos

CAPÍTULO I VIRREYES Comenzaré por lo virreyes: ca i todos anuncian en u pnnc1p1os un gobierno feliz y ju to. Tal cual disposición, ciertas palabra consolan– tes y el de cubrimiento d 1 anterior gobierno, hacen nacer unas e peranzas que muy pronto se di ipan. Cerrado en u palacio, cirrundados de adu– ladore , adormecido en las comodidades que proporciona una renta de 70,000 pe os; no oyen sino lo que les dicen un asesor venal, un secretario co– rrompido y tres o cuatro pará ito , vile intérpretes de sus placeres. La po– licía en abandono, la milicia en olvido, lo tribunales de ju ticia sin temor de sP-r visitados, las rentas públicas en una mano que entre í las reparten y con umen, la comunidade religio as convertidas en errallos de maldad y prostitución, lo matrimonios eparados, autorizados los juegos públicos y cada individuo legi lador de í mi mo, con tal que tenga facultades para o tener e en us crímene 1 Prevenido por Ley de Indias, que no pue- 1 Yo he examinado con escrupulosidad el gobierno de onstantinopla Y lo comparé con el que había en el Perú; aquél es menos bárbaro, perverso e injusto. Los sultanes no tienen límites en su poder; pero de continuo ba– jan del trono a la prisión y de la pri ión a la muerte: no hace muchos años que se ha renovado el ejemplo. Allí los gobernadores y ministros diariamen– te pierden la vida, cuando e n otan sus excesos. Las leyes son pocas, pero siempre obedecidas y con fidelidad ejecutadas; no a í en la América donde los virreyes vivían sin temor del castigo y ni eran justo para el pueblo en general, ni para particulares. Podría repetir anécdotas muy célebres, pero sería for– mar la historia de nuestra esclavitud. Dn. Manuel de Amat, que era Virrey cuando yo nací, fue un monstruo de avaricia, de orgullo, de lascivia. Sacó d 1 Perú tres millones de pesos fuertes y otros tantos su perverso asesor Sala : referiré dos casos de su des– potismo. A las tres de la tarde, hora en que el vino había hecho todo su efecto, hace llamar a Dn. Juan Garay, gran negociante, y lo recibe con esta insolente pregunta; diga Juan Garay, ¿cómo tiene atrevimiento de hablar contra el go– bierno? Sin esperar la respue ta, le ordena salga desterrado entre tres horas a 300 leguas de distancia y le hace entender que si no cumple el mandato al día siguiente sería ahorcado. El rico comerciante sufre una sentencia tan rigurosa sin proceso ni apelación. Su casa y sus negocio fueron abandona– dos y una quiebra inesperada, la triste y necesaria consecuencia del infer– nal despotismo. Un desgraciado tuvo la debilidad de decir, que ya el Virrey tenía nom– brado sucesor; lo supo el tirano y lo hace que venga a la hora favorita y le prescribe que en el acto salga 500 leguas a recibir al nuevo jefe que espera.

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