Los ideólogos: plan del Perú y otros escritos

CAPÍTULO III INTE DENCIAS Y SUBDELEGACIAS Es un axioma político que la Corte sigue los usos y costumbres y prácticas que advierte en el soberano. i el jefe principal es viTtuoso nin– guno se atreve a hacer alarde de sus crímenes; si es dominado del vicio, se tiene a meno no a emejarse en las mi ma irregularidades. Cuando Ale– jandro fue moderado, mode to y parco, u capitane seguían ese ejemplo; cuando con la misma victorias se corrompió entrando en lujo y afemina– ción de aquellos paíse que había auuinado, la copa corría a la redonda en &ll mesa y ninguno se avergonzaba de la embriaguez y prostitución 1 • Si los virreyes y oidore incurren en tantos defectos, según lo expuesto en los lugares que anteceden, los intendente on más tiranos y déspotas. o tien en en u di trito Audiencia y distante la de la capital proce– den en toda materias a su antojo y in otra legislación. De los ofendidos, raro es el qu e reclama al Virrey o Tribunal de Justicia. Conocen que han de adelantar muy poco quedan con el resentimiento expuestos a más gran– des rigores; así callan, sufren, pero en su pecho tienen la llama que brotará cuando divisen la más p queña señal de movimiento. ¿Quién puede ser indiferente a que se le epare de la ca a que habita para que la ocupe el que ha hecho un regalo . ¿Quién verá con 'erenidad que pase el Cabildo un oficio para que no e le elija de lcalde; y a í quede sin competidor el fa– vorito? ¿Cómo no ha de sentir el individuo que teniendo óptimo montes de quina se le pTecisa a una compañía cuyo repartimiento e del león sin poner alguna parte en el fondo? Pue sobre es tas materias y otras más graves corren procesos y repito que la centésima parte de los ofendidos es la que reclama, re ignándose el re to más poT temor que por catolicismo. Cuando g bi rnan lugares de minas, compran los azogues, esto es, 1 En el Museo Real de P arís, yo fijé mi atenC'ión en un cuadro que re– presenta la entrada de Alejandro en Babilonia. El déspota ocupa un rico ca– rro de oro y marfil. Cuatro caballos le tiran, en quienes parece se ha tras– n:titido la soberbia de su dueño. Siguen con gran fausto los principales ofi– ciales de la Armada. Coros de música y perfumes embriagan el corrompido co_razón del vencedor. Los despojos de los vencidos son los ornamentos del triunfo. ¡Quién creería! Yo no me alucino con el aparato, yo exclamo: Ale– jandro tú eres vencido, tú no eres ya virtuoso.

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