Los ideólogos: plan del Perú y otros escritos

PLA DEL PERÚ 29 viduo que de de los principios compró su protección? No e diga que al provinciano se le deja en libertad para recibir o no recibir las mulas; ya se guardará de no admitir las que e les señalan y de disputar sobre el precio que se le fija, que nunca erá má moderado que con un ciento poT ciento de ganancia. He dicho que el comercio de mulas es el principal, porque también lo hacen de fierro, maíz, bayeta , coca 4, e to cada año, de modo que e má gravo o que el de lo antiguos corregidores que sólo la hacían una vez en todo el tiempo de su gobierno. Los precios son jnjustísimos y a pesar del súbdito, cualquier pago e aplica al Tepartimiento, dejando pen– diente el tributo para asegurar el caudal propio y tener abierta la deuda pa– ra oprimir al jndio. Si las tierras son de sembrío, tienen su estancias y los esclavos son los indios. De paga no e hable; un alimento corto y gro ero y el ahono de lo tributo . i re iden donde e tán los montes de quina, despojan a sus dueños, o toman para sí los lugare más abundantes, diciendo que los han descubierto so teniendo en pleito u dominio. ¡Cuánto no hacen traba– jar a esas miserable gentes en unas ierras en que la naturaleza parece que se comprometió uniendo lo regido, para que el hombre lograse a fuer– za de su sudor el mejor de los específicos! Uno montes cubiertos de ár– boles, donde el camino apenas es accesible a la fieras, las lluvias y la nie– ve que entúmecen; el sol ardientísimo que ucede, haciendo que pase el cuer– po a do extremo tan opuestos. Como el subdelegado sólo es dueño por seis años, obliga al indio a que trabaje sin descanso. Muchos mueren y sus familias en abandono levantan sus ecos hasta el cielo, que parec;e ensor– decido por tres siglos a la tiranía de los europeos. Me asombré cuando una india que apenas pronunciaba alguna palabras de nuestro idioma, me dijo en mi estudio, Tepitiendo sus padecimientos. ¡Qué caro señor nos han ven– dido a los indios el Evangelio! ntonces me contraje a explicarle las dis– posiciones legales dictadas para esa nación, le expu e que los reyes no tP.– nían la menor culpa; ella se retiró diciendo: a í será, pero vemos lo contra– rio. No volvió a mi ca a y sin duda me contempló ospechoso, porque el triste sólo gusta de lo que fomenta sus aflicciones. ¡Qué mal penetró mi corazón e a desgraciada! Para compadecerme no necesito sino la presencia del dolor en cualquier individuo. Al más mi– serable y oprimido es al que más amo, y por consiguiente los jndio me de– ben ser predilectos. Empeñados algunos e critores en degradarlos aún de la clase de racionales, los retratan como unos semi-avtores, propensos a to– da especie de vicios e incapace de virtud. ¡Cuánto se engañan los que es– criben por relaciones o por apariencias que ni indagan ni meditan! Creen que son mentirosos, revolucionarios, ladrones, ebrios y entregados al concu– binato y al perjurio. No es así: el robo y la falsedad, la embTiaguez y la 4 Coca: vegetal que hace el principal alimento de los indios.

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