Los ideólogos: plan del Perú y otros escritos

CAPÍTULO IV CAMINOS 1 o solamente la administración de justicia y el arreglo de las tro– pa debe ser en eso reinos el objeto que interese a un buen gobernador; también la policía debe velaTSe con esmero. Por eso habiendo tratado en lo artículos de virreye e intendentes los dos puntos primeros y algo del tercero; me ha parecido conveniente contraerme al arreglo de caminos, con– cibiendo que é te toca a la policía y que aunque ha sido y sea una parte tan esencial, e ha vi to hasta el día con el mayor desprecio y abandono. Lo camino del Perú y Chile ofrecen a cada instante un peligro pró– ximo. Ladera e pantosas, pTecipicios, derrumbaderos, ríos caudalosos sin puentes, o con unos puente en que se corre mayor riesgo que en las mi - mas agua . menaza la muerte a cada in tante y es un asombro que no sean mayore las de gracia , aunque se experimentan mucha y repetidas. o hay itio en donde pueda caminar e en coche, exceptuando las pampas de Bueno Aire y Montevideo. ún en e tos mismos lugares, felices por su proporción para los carros, abundan por la negligencia las quebraduras, hoyas, pantanos y otros defectos que exponen al caminante y en los que por regular se impo ibilitan los carruaje . n algunas provincias se cono– cen la literas incómoda y peligro as; pero seríamos dichosos si fueran po- ible por todo aquello reino 1 ª L Ya no hay Inquisición, sus rentas deben aplicarse a las necesidad s del Estado. Ja Yo creía que era imposible hubiesen caminos peores que los del Pe– rú. La triste experiencia me ha enseñado lo contrario. Habiendo el tirano de la España ordenado mi traslación de la Audiencia de Puerto Príncipe a la de Galicia, tuve que viajar por el centro de la isla de Cuba. Preferí el ca– rruaje a la cabalgadura, por evitar los ardientes soles y por el estado infeliz de mi salud. La barca de Aqueronte será más cómoda que el oche más bien montado en estos sitios. En los pantanos se sumergían las ruedas y los ca– balJos hasta los pechos, para subir las altas márgenes de los ríos era preciso conducir el carruaje en brazos de hombres. Había muchos sitios elevado· de agudas piedras, donde chocando las ruedas de continuo, destrozaban con l movimiento mi débil cuerpo. El que tenga esta relación por ponderada, que haga el viaje como yo y verá que no explico la centésima parte de los males qu allí se sufren. Hábl s a un am ricano de Postas, traerá su orig n desde Ciro, xplica-

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