Los ideólogos: plan del Perú y otros escritos

DEL PERI 43 La segunda regla e un juego exce ivo, porqu la soledad lo exige y es necesario algún entretenimiento. La tercera, elegir en la feligresía las mujeres más hermosas, casadas o solteras, porque el derecho del tridentino sobre la ca tidad de los clérigos t muy riguroso 1 b. Cuarta: de tiempo en tiempo un paseo a la capital con el pretexto de leer las canonjías. Entonce se reparten la monedas con la meretri– ces públicas, se luce, se gasta, y se hace que brille la sangre de los parro– quianos. En e to no hay ponderación y al que se atreva a decir que pon– dero o miento, le Tesponderé señalando los nombres y las historias. Me agradan los ejemplos, principalmente cuando se refieren a he– chos públicos y documentados. En estos días ( 1810) se está tratando en la Ciud ad de los Reyes un ruidoso proceso entre los curas de la Catedral y Dn. Joaquín Jordán, como mayordomo del eñor Sacramentado que se ado– ra en la iglesia del Corazón de Je ús, por otro nombre, los Huérfanos. Uno de los puntos en cuestión era la cantidad que debía pagarse por las misas de las renovaciones y de los jueves. El mayordomo se allanaba a satisfa– cer, según se había observado hasta entonces, esto es con arreglo a las fun– daciones. Solicitó que continuase el culto, y que si optaban los párrocos en la sentencia, se entregaría en el momento el exceso. Los curas no qui– sieron esto; sino que se les diese lo que pretendían aunque no alcanzasen para ellos las rentas, amenazaron que de lo contrario pararían los sacrifi– cio . El objeto era que la ejecución en su favor presidiese al discerni– miento en el juicio. Jada importaba, que Gregorio IX hubiese puesto un título entero en las decretales, para que no se innovase pendiente el plei– to. Los principios comunes de manutenendo eran supérfluos. Prohiben la misa con e cándalo y uno de ellos en cierto jueves revestido con el ro– paje sagrado al concluir la misa rezada, anunció al pueblo, que no había procedido a la solemne, porque no se pagaban sus derechos y porque los lb Nota del año 1812.- Yo debo referir una anécdota que presenta con gracia el carácter de un cura de la Sierra. Llegué a A .. .. pueblo del co– llado a casa del cura N .... , me hallaba sumamente enfermo y mi principal mal dependía de la separación en que estaba de gentes ilustradas. Se me obsequió con el mayor regalo. La mujer del cura estando conmigo a la mesa mandó con el sacristán un recado a las jóvenes del país, concebido así: 'Di– les que son mis feligreses y que asistan esta noche al cacharpari (baile de despedida) que pienso dar al señor Oidor nuevo". Ciertamente la concurren– cia fue completa y el refresco tan grosero como abundante. Tratando de recogerme, me dijo el cura si quería tomase conmigo el le– cho de su bellísima hija. Me aseguró que no había tenido otra comunicación que con mi compañero el señor N. en caso igual. No puedo manifestar el horror que me causó la oferta. La unión de ambos sexos es para mí un ac– to tan necesario como el alimento, pero el modo varía entre los pueblos bár– baros y civilizados. Esta especie de presentes no es desconocida en la his– toria antigua; era común en muchas partes de la América. ¡Recuerda joven que me lees, el nombre de aquel general al que sostenido por la amistad en una gruta, se le proporcionó allí una hermosura que fue la madre de otro héroe! El caso parece igual; pero la diferencia es espantosa. 60524 0

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