Los ideólogos Toribio Rodríguez de Mendoza
TORIBIO RODRÍGUEZ DE MENDOZA 319 caso que muchas veces he deseado de ser convencido, para con– fesarlo publicamente. Entre tanto vuelvo á mi devoto, y advier– to lo que fixé en la primera parte de mi proposicion : á saber, que él carece de los principios necesarios para entrar en esta con– troversia. Veamos brevemente su mala fe. ¿Quién en efecto si– no el hombre malicioso puede arrogarse la autoridad de decidir sobre ocultas intenciones de otro hombre? Las mías no se las he revelado: pues ¿de qué principio colige que mi designio ha sido increpar á los abogados y hacerlos sospechosos? Posible es que yo hubiese querido zaherir y mortificar al ilustre colegio de abo– gados; pero tamblen es posible que hubiese tomado la pluma mo– vido del amor de nuestra santa y divina religion, de su espíritu y verdad, de su integridad y pureza, por el desconsuelo y afliccion de verla como obscurecida y abrumada con los innumerables ar– tículos supersticiosos, que lloran los virtuosos y sabios escrito– res de todas edades y que nuestra madre la iglesia ha reprobado siempre. ¿Y un corazon dispuesto de esta suerte podia mante– nerse en una insensible inaccion al notar que se ponía en boga una devocion que segun mis principios es superflua, vana y supersti– ciosa? Bien puedo haberme engañado, como me ha sucedido mu– chísimas veces ; y que esta haya sido mi disposicion, sin aferrar– me ciegamente á mi dictámen, lo manifiesta la adicion á mi car– ta en ese antícipe mi retractacion condicional. Y á no ser un pér– fido hipócrita, no hubiera osado dirigir un apóstrofe á nuestro señor Jesucristo. Por tanto queda muy descubierta la mala fe del devoto. Ninguno debe darse por ofendido quando se defiende una ver– dad real o que se cree tal. Observa un sabio, que aunque se hu– biesen destruido las supersticiones, segun S. Agustin, por la pro– fundísima humildad de Jesucristo, por la predicacion de los após– toles, y por la fe de los mártires que han muerto por la verdad: aunque se hayan proscripto por las escrituras, concilios, papas, santos PP. y teólogos: á pesar de todo, las supersticiones están tan universalmente extendidas en el mundo cristiano, y han ha– llado tanta acogida entre los grandes, tanto curso entre las perso– nas mediocres, y tanta boga en el simple pueblo, que cada reyno, cada provincia, cada diócesis, cada ciudad y cada parroquia tie– ne las suyas propias. Qualquiera que considere atentamente es– tos desórdenes en las mas santas prácticas de la iglesia, á quien afligen tan sensiblemente, advertirá que tienen por orígen las su– persticiones á la malicia, á la ignorancia, á la simplicidad, á la va-
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