Los ideólogos Toribio Rodríguez de Mendoza

TORIBIO RODRÍGUEZ DE MENDOZA 325 trarias y menudas prácticas y exercicios de virtud, sugeridos por la imaginacion devotamente encendida. Todo lo que llevo expuesto hasta aquí, ha sido con el fin de aquietar y satisfacer á los sencillos fieles, en quienes han sucita– do escándalos con ocasion de mi carta, tal vez los que nunca han sido devotos del corazon de María, pero que aman perturbar y acreditarse de doctos y católicos. Vuelvo á protestar, y suplico á los sinceros y de buena intencion, como tambien á los doctos, me hagan el honor y la justicia de creerme que solo me movió a escribir la carta el amor de nuestra santa religion : esto es, el ho– nor y gloria de nuestro divino Redentor, en la qual se interesa mas que nosotros su santa, y feliz madre. Desde que tuve la for– tuna de leer libros en que estaban reunidas la solida doctrina y la verdadera piedad advertí con dolor que al paso que se multi– plicaban las devociones á los santos y á la santísima Vírgen, se resfriaba cada vez mas la necesaria y superior devocion á nuestro Sr. Jesucristo. La devocion de la Vírgen creció y se propagó, (como lo ad– vierte el Iltmo. y elocuentisimo señor obispo Goudeau en su his– toria eclesiástica, elogiando al imponderable S. Cárlos Borromeo) con ocasion de la condenacion de Nestorio, que osó negar á la bienaventurada Vírgen María la prerogativa y qualidad de madre de Dios. Pero la ignorancia del pueblo y la noche obscura de los siglos siguientes lleváron á tanto extremo esta devocion, que se cometieron muchos excesos : de manera que, aunque con dolor es forzoso confesarlo, quando pareciéron las heregías de Lutero y Calvino, era tan grande la supersticion sobre este punto, que ha– cia gemir á los que conocían el término hasta donde debe ir el honor debido á la madre de Jesucristo. Persuadido de esto el gran S. Cárlos Borromeo, dice en uno de sus concilios provinciales: si– guiendo las santas miras del concilio de Trento, que quanto ma– yor debe ser la diligencia en el establecimiento y propagacion de la religion católica, tanto debe ser el estudio y el cuidado de arran– car y exterminar la supersticion en esta materia. Por eso mis– mo el gran Petavio, padre de la teología dogmática, en el tomo 5? de sus dogmas teológicos, lib. 14 cap. 8? núm. 9, no tiene dificul– tad en advertir á todos los devotos de la santísima Vírgen que no se dexen arrebatar tanto en la veneracion y piedad que le profe– san que se contenten con las verdaderas y sólidas alabanzas que se le pueden dar, sin inventar falsas y supuestas. . . porque esta especie de idolatría secreta y oculta en el corazon humano, no pue·

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