Los ideólogos Toribio Rodríguez de Mendoza

TORIBIO RODRÍGUEZ DE M ENDOZA 335 No se copian las demas salutaciones, porque la religion, el pudor y el buen sentido padecen demasiado con semejantes ex– travagancias. Estos son los amargos y envenenados frutos de la desordenada efervescencia de las devociones. Yo me abstengo de dar otras muestras de iguales delirios que abundan en los libros devocionarios. Instruidos los pueblos en la diferencia del culto debido á Dios, y el que se dirige á la Vírgen, y a los santos, y en que la invoca– ción de estos no es parte esencial de la religion cristiana; esta– rán ménos expuestos á las supersticiones, y no confundirán lo voluntario y útil con lo necesario, que es cumplir con la ley santa de Dios. Diariamente observo, y leo en escritos de sacerdotes muy doctos, que uno de los principales abusos en el culto de los san– tos es una nimia confianza en ellos, de modo que casi olvidan á Dios y á Jesucristo, por quien recibimos todo bien de los padres domínicos Richard y Giraud, autores del diccionario universal de ciencias eclesiásticas se hacen esta misma prevencion: y en quien mas se confia desordenadamente es en María santísima; y pienso (no sé si me engaño) que mientras mas se empeñan los sacerdotes en fomentar y aumentar las devociones indiscretas, y no contienen al pueblo dentro de los limites prescriptos por la iglesia, la ocasion de este, error es mas proxima. Nunca he apro– bado (no sé si tambien me engaño), que en las grandes solemni– dades de la Vírgen y de los santos, esté expuesto el santísimo sa– cramento, que mas parece descubierto en obsequio del santo que se celebra, y para solemnizar la fiesta que para recibir nuestras adoraciones : y seguramente en tales días en que se componen ex– traordinariamente las iglesias, se encienden muchas velas y la música es mas teatral que la prescrita por reglamentos eclesiásti– cos y digna del templo, la concurrencia es mas numerosa, y los afectos de piedad terminan en el santo del dia. Los curas poco pueden prometerse de los indios sus feligre– ses, habitantes fuera de los pueblos, y envejecidos en la obscuri– dad de la ignorancia ; sin desesperar por esto del buen suceso de su vigilancia, y sobre todo del auxilio del cielo. No presentan igual triste aspecto los párvulos y jóvenes, en quienes reducidos á escuelas de primeras letras y de religion, se deben imprimir co– nocimientos que les sirvan en todo el resto de sus dias, para el recto y ordenado exercicio de la piedad. Iguales esperanzas, y aun mas alegres, nos debemos prome– ter del ministerio apostolico de nuestros misioneros en la con-

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx