Los ideólogos Toribio Rodríguez de Mendoza
TORIBIO RODRÍGUEZ DE MENDOZA 55 cho lo que sobrelleva la necesidad de la historia eclesiástica a cuanto pueda imaginarse en favor de los cuatro libros de las Sen– tencias. Aquello de venerable antigüedad hace más cosquillas, y ¿cuál es esa venerable antigüedad? Yo puedo afirmar, que son cuatro siglos obscuros y bárbaros. Valen más quince años del siglo pa– sado o del presente, que todo el tiempo que corrió desde Pedro Lombardo hasta la restauración de las ciencias. Mayor estimación merece el maestro por su mérito personal que por el aprecio que ha hecho de él aquella casta de gentes. Restan las otras dificultades, pero no son tan sólidas, que arrastren nuestro ascenso. Para leer sobre el Maestro, no es pre– ciso su cátedra; que un cura, por ejemplo, que quiera salir a opo– siciones de Canongía, si él es buen teólogo, con que lea seis me– ses, o cuando más un año la Suma del Maestro, tendrá costeada una función lúcida. Además de esto ¿cuántos hay que sin haber sido catedráticos del Maestro, ni menos haberlo estudiado, como se pretende han salido a oposiciones? o si siempre conviniera ha– blar todo lo que es lícito, y no fuera fácil confundir la libertad con el atrevimiento; ¡qué de cosas se dijeran! pero me consuelo, considerando que cuando V. S. lea esto le ocurrirán muy buenos pensamientos. Lo mismo digo de las lecciones secretas. Y si es necesaria la cátedra de las Sentencias para esto, ¿o es por el que lée, o por el que arguye? ; yo me atrevo a afirmar que por ningu– no. Estas lecciones están cargadas de cuestiones que en todos los libros vulgares de Teología se hallan, y así para leer como para arguir, no necesita más el verdadero teólogo, que pasar los ojos por las exposiciones del Maestro y otros que abundan en estos puntos. No sé otro modo que si se hicieran estas lecciones sobre Gonet, o Martrio, no es preciso una cátedra de estos, ni haberlos estudiado para leer, y argumentar con toda decencia. Porque el verdadero teólogo con abrir estos libros se impondrá en el asun– to. Y para destruir alguna fuerza aparente que puedan tener ob– jeciones, doy parte a V. S., que mi celosísimo Rector tiene pen– sado que en ciertos días del año piquen puntos, y lean los teólo– gos sobre el Maestro conforme se practicaba en San Martín. Omi– to otras reflexiones, y aun hubiera despreciado lo que acabo de exponer, si me hubieran ocurrido las nuevas constituciones de Universidad, las que no dejan en su vigor la práctica de lecciones secretas. En el capítulo de los Grados N? 27, pág. 141, se determi– na que las votaciones se harán el segundo día del examen, y que
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