Memorias, diarios y crónicas

202 JOSE l\L\NUEL DL COYENECIIE las vicisitudes de la guerra (el Tucumán) dejando al olvido el primi– tivo origen del sostén de la América debido a mis esfuerzos, no merece citarse porque es en mi favor, y porque de él dimanó su permanencia de Virrey, pero sin usar de otro idioma que el suyo, contestaré al concepto que él mismo formó de ese notable intervalo que desea verlo olvidado, pues pasando por encima de él quiere que V.M. haga lo mismo para no recordar el fundamental cimiento de mis trabajos y servicios militares. Decidí la suerte de la América del Sur en Guaqui, y al parte de la batalla, me contestó enviándome un provisional Despacho de Mariscal de Campo No. 40, cuyo tenor es el siguiente: "D. José de Abascal etc. Por cuanto atendiendo a los desvelos, constante dedicación y trabajos que impendió el Brigadier D. José l\1anuel de Goyeneche, para la formación, organización y disciplina del Ejército Real del Perú, cuyos efectos han lucido tan extraordi– nariamente como se ha visto el 20 del pasado, batiendo completa– mente el de los insurgentes de Buenos Aires en la batalla de Gua– qui y Machaca, cogiéndoles dos banderas, toda su artillería y cono– cimientos militares de dicho Jefe, a que se agrega el cúmulo de cir– cunstancias que le adornan, y el distinguido mérito que contrajo en la entrada que hizo en La Paz el año de ochocientos nueve, en uso de mis facultades Vice-Regias, he venido en conferirle en nombre de S. .\1. el Señor Don Fernando Séptimo y del Soberano congreso de las Cortes Generales y extraordinarias de la Nación que lo repre– sentan el ascenso a Mariscal de Campo d·e los Reales Ejércitos, etc. "Lima 11 de julio de 181 1.- José Abascal". Este certificado, despacho, o bula, resume en compendio cuanto debe ilustrar la sabia penetración de V.M. para que la histo– ria de mi vida pública sea más correcta que lo que la intención del Virrey descubre. En aquel tiempo yo era un hallazgo de fortuna a quien atribuía la tranquilidad de la América, hablando con ingenui– dad verdadera, pero en éste ya era un escollo de su decantado mé– rito, y era preciso minarlo sin detenerse en el modo y medios. Esa palabra terror que adopta el Virrey es un rasgo de despecho más propio de su corazón que del mío, pues yo tenía bien probados a la faz de mi ejército y de la América toda la serenidad y valor con que sobre el fuego de artillería y fusilería enemiga presidía yo mis-

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