Memorias, diarios y crónicas

206 JOSE MANUEL m: COYENECHE dad; que el Batallón de Españoles de Lima constaba de mil tres– cientas veinte plazas; el de Pardos libres de igual número; el de Morenos libres de cuatrocientos ochenta; el Regimiento de Dragones de setecientos cuarenta y siete, cuyos totales en sólo la capital suman la fuerza de ocho mil ochocientos ochenta y seis hombres, sin el recurso de traer cualesquiera de los cuerpos de Milicias de los que existen en sólo sesenta leguas de su circunferencia dispuestos a acuartelarse al primer llamamiento de su Autoridad y bajo de esta demostración sacada del estado militar de Lima ¿era contingente en tres años de campaña seiscientos cincuenta hombres que el mismo Virrey confiesa haber enviado? La más exigente de mis demandas fue de dos mil hombres, y para ello habría el camino de que Hua– manga y otras provincias que no habían contribuido con uno solo los facilitasen; y si Lima no podía dar ninguno, ¿de quién sería el defecto sino del Virrey, que al decir a V.M. que no tenía, prueba que le engañaba, y si efectivamente no los había prueba su abando– no en no examinar el estado en que se hallaban los cuerpos de su dependencia, a cuya frente estaban sus jefes, oficiales y un Sub-Ins– pector, cabos subalternos suyos para información ver su estado de fuerza, disciplina, e instrucción, y mayormente en momentos de zozobrar estos Dominios: de qué y para qué sirven a V. M. tantas planas mayores, gastos y distintivos militares que hace tres siglos está pagando en la América, con el fin de que sean útiles el día en que la Nación los necesite? Este severo cargo de responsabilidad al Virrey debe confundirlo, porque lo despoja de los objetos de su instituto y obligación, y descubre que el Virrey es una deidad de paseos, Corte, protección, aparato y disposición para informar a V.M. a su antojo, persuadido que un pliego suyo en la Corte es un precepto divino. No estamos en este caso, ya es otra época, nuestra sabia constitución ha reprimido estos abusos y el Virrey y yo debe– mos ser juzgados delante de V.M. para que recibamos ambos el premio o castigo que merezcamos. Es cierto que con las Milicias del Cuzco, Arequipa y Puno que dice se reformó el Ejército pero que ya no me gustaba. Esta es una picia descarnada: disgustados aquellos aldeanos de las fatigas de la guerra y de los clamores de sus familias, iban insensiblemente dismi– nuyéndose por la deserción y por las bajas anexas a la campaña, y aunque yo inventaba arbitrios de generosidad, promesas, castigos, y cuanto dicta la más fértil imaginación para contenerlos, la disminu– ción iba en aumento, y sin atenerme a lo que me prometía del

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