Memorias, diarios y crónicas

l\11 '.IORI \ 235 que he sostenido la causa de V.M. no se ha dado ejemplar que haya empeñado su Autoridad en ninguna solicitud de recomenda– ción de mis servicios a la Soberanía, ni menos que exista una repre· sentación mía directa a V.M. pidiéndole recompensa: lejos de esto, he sufrido golpes de prescindimiento y olvido de los anteriores Gobiernos que me ponían en la dura perplejidad de vacilar sobre la causa de estimación de mis servicios, y cuatro años he estado si– guiendo el inalterable rumbo de mi fidelidad con la dulce esperanza que algún día se esclarecerían y que necesariamente sería firme apo· yo de ellos el Marqués de la Concordia, cumpliendo con el deber que le imponía la obligación, pero lejos de encontrar este asilo, lo hallo injusto, falso, suplantador de asertos, pueril y para con el mundo entero inconsecuente y vengativo. La palpable demostración que ofrece cada uno de los capítulos de esta memoria es un seguro comprobante de la verdad. Yo no le adjudico calificación que no esté autorizada por un hecho, y omito traer a consideración su con– ducta con el asesino horrible D. Juan de Imaz, a quien por la mul· titud justificada en su causa de bárbaros asesinatos lo confiné a la ciudad de La Paz a su disposición, enviándole testimonios legaliza– dos de su proceso, de haber sido en los pocos días que le confié el mando de la Villa de Oruro, el Nerón de vidas y bienes, no sólo de la Tesorería Nacional sino de los indefensos particulares, degollando a unos y amenazando a otros por despojarlos de sus propiedades, y sin otro permiso que su voluntad; después de tener el proceso en su poder el Virrey, se presenta Imaz en Lima se pasea muchos me– ~es, entregado al juego y a una vida bacanal, y el Virrey, en despre– cio de mis avisos, deja impune al criminal más execrable, y bajo la salvaguardia de su tolerancia se desacreditan mis providencias y se pone en cuestión mi circunspecto y religioso proceder, viendo al criminal Imaz gozar del decoro y de la sociedad de su Corte, res– guardado de la égida del Marqués de la Concordia, y del descaro con que cultivaba a expensas del oro malhabido la aceptación de sus padrinos protegidos del Virrey. Tengo el testimonio del proceso en mis manos y podré exhibirlo para asombro de la humanidad. Al fin estimulado el Virrey de los informes de su auditor, ordena su prisión, pero a las pocas horas de ella bajo de su palabra lo deja ir a presentarse a mi sucesor, libre y sin los medios de seguridad que prescriben las Leyes, con orden que se le juzgue y sin llegar este caso, en una comisión provisional que se le da comete diecisiete muertes sin esclarecimiento de delito, sin formación de causa y con·

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