Memorias, diarios y crónicas

236 JOSE MANUEL DE COYENECHE tra las protestas de él, que respondía de los prisioneros degollados como consta del aviso y parte original No. 48 que acompaño. Véanse los sublimes rasgos de justificación del Virrey y lo costoso de su parcialidad a la sangre de los vasallos de V. M. con desaire de la meditada detención con que sometí a sus disposiciones asunto tan serio. Esta ha sido la conducta que ha observado conmigo, y su origen ha dimanado del tesón y constancia con que por su mañoso letargo lo ponía en descubierto en la correspo ndencia oficial que exhibo, y cuyo despique lo tramaba en evadirse de mis reclamacio– nes por si mis p ropios servicios y el tesón de sostenerlos, me arras– traban a una catástrofe personal que envolviendo en las ruinas del olvido mi memoria, sólo quedase a discreción de sus desconcertados tiros. Pero lo que más debe admirar es el contraste que a primera vista manifiesta el cotej o de la comportación del Virrey escribiendo a V. :vL con desdoro de mis servicios y dando al público, con fecha posterior a sus ocultas denuncias, la célebre proclama que suscrita de su puño acompaño con el No. 37 que forma el panegírico más elevado de mi persona que no o bstante la rebaja con que la dibuja a los ojos de V. M. a mi presentación en Lima, me cree ligado al cargo de Presidente interino del Cuzco como aparece de su oficio No. 49: si yo abundaba de las nulidades que tanto sufrimiento le habían causado como se queja a V.M. ¿para qué brindarme con un empleo de tanta representación y conexión con su Autoridad que tenía dimitido? ¿cuál sería el objeto de esta red de ambición con que pensó lisonjearme el Marqués de la Concordia con ocultos fi– nes? Pero mi honor combinó mejor que su malicia y mi contesta– ción adjunta No. 50 no le dejó otro recurso que el de pasarme un pasaporte sin oficio ni guía, bajo de una simple cubierta, acto pro– pio de un despecho de Autoridad ruda y sin política, pero propio de un Virrey en América de la clase exaltada y despótica del Mar– qués de la Concordia. Una recapitulación de mis servicios debería cerrar esta refu– tación que me impo ne el honor y deber, pero sería hacer difusa esta memoria y sólo diré a V.M. que cuando la gran Monarquía Española fructuaba sin Rey, sin Gobierno y sin orden, se depositó en mi fidelidad la sagrada voz de la Nación en estos dominios del Su r, desde Buenos Aires hasta Lima, para que previniese los amaños del pérfido Emperador de los Franceses. Yo desempeñé esta ardua comisión con la eficacia y decidido patriotismo que reclamaba su sagrado objeto haciendo mil doscientas leguas por tierra, y atajando

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