Memorias, diarios y crónicas

DI \IUO TOl\C \DO 1'.N LI?l!A 249 le hubiera costado, más que mantener todo el Ejército a doble paga. No convenía tampoco, porque éste, tan pronto estaba en un punto como a 200 leguas de él, y no había modo de transportar los víveres. Y así vivía el Ejército puramente del merodeo. No era dueño de más terreno que el que pisaba. Los indios aborrecían al soldado, al oficial y todo lo que era del Rey; por el contrario ser– vían de balde con sus personas y víveres a los de Buenos Aires; no por voluntad, pues éstos no la tienen, ni a unos, ni a otros, y son enemigos natos de todo el que no es de su casta; sino porque éstos trataban con la mayor crueldad; les servían fielmente de espías, y sabían la posición y movimientos del Ejército del Rey al momento de ejecutarlos; y por el contrario éste nada sabía del de los enemi– gos porque no había un indio que quisiese servirle de espía a nin– gún precio. Las Provincias de Cochabamba, Charcas y Potosí, esta– ban en poder de los enemigos; y tenían cuanto habían menester de plata, víveres, vestuario y brazos. Las tres cuartas partes de sus habitantes eran decididos por el sistema de ellos, y los ayudaban con extraordinaria voluntad, especialmente los curas que son los que más daño han causado a las armas del Rey, moviendo a todos en los púlpitos, y hasta en los confesionarios a que siguiesen el par– tido de la independencia, y a los indios a quienes ellos dominan los tenían prontos a su voz, y los levantaban cuando les convenía, ya para interceptar nuestros transportes de lo interior, y ya para llevar a los enemigos su artillería, municiones, carruajes, y cuanto necesi– taban, sin más trabajo que pedir a los curas y caciques tres o cua– tro mil indios. El Ejército del Rey nada de esto tenía. Las mulas de carga y caballos de la tropa montada, se morían a centenares, porque no habían forrajes, ni pastos en aquella puna brava donde no se crían sino llamas. Era el rigor del invierno, y todo el territo– rio desde Oruro a Potosí una cordillera insufrible, por su clima y esterilidad. Las tropas del Rey ocupaban a su espalda desde el De– saguadero, la Villa de Oruro y su partido; y la Ciudad de La Paz con los suyos. Oruro era poco de fiar, encerraba muchos sospecho– sos, y su Gobernador vivía lleno de cuidado, siempre amenazado de Cochabamba que tenía dentro de ella espías encubiertos. La otra era la ciudad más criminal que se conocía, por sus hechos anterio– res, y por su desvergüenza en manifestar públicamente sus opinio– nes; y en una palabra el Ejército del Rey estaba vendido y en la situac1on más deplorable. 20.- El del enemigo estaba en Potosí a la orden de Belgrano

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