Memorias, diarios y crónicas

252 JOAQUIN DE LA PEZUELA el enemigo al romper el día 1° y sorprenderle; pues estaba muy aje– no de que lo atacase y creído en que huía de él. Salí en efecto el 30 de setiembre con mil trabajos por falta de mulas que condujesen la artillería y municiones. Las de mi uso las que prestaron varios Jefes y Oficiales y las pocas que habían queda– do de las Brigadas fueron empleadas. Púsose en marcha el ejército a las 12 del día, y yo exhorté a todos los batallones, uno por uno, al desempeño de sus deberes; y a los Jefes les hice entender antes, que si la Batalla se perdía, no quedaba pueblo ni provincia hasta Lima inclusive, que no se perdiese sin que los enemigos del Rey tuviesen que disparar un fusil; pues todos estaban pendientes del resultado de ella, para declararse por los revolucionarios de Buenos Aires, unirse con ellos, y acabar en esta América Meridional del Sur con todos los europeos y americanos buenos servidores del Rey, a fin de conseguir su independencia y ponerse en comunicación fran– ca con las del Norte, que tenían por la parte de Santa Fe, Quito y Caracas en el mejor estado su revolución y con recíprocas e iguales ideas. Llegué a la altura de la cordillera con el ejército una hora an– tes de anochecer el 30, después de haber andado tres leguas por un sendero pendiente elevadísimo, y tan estrecho que sólo cabía un hombre de fondo. Reconocí completamente desde la altura los cam– pamentos de los enemigos y los cuerpos de que constaba su ejérci– to; pues estaban haciendo ejercicio, y calculé que no bajarían de seis mil hombres. Previne en la orden que no hiciesen fogatas. La tropa y oficiales estaban todos al raso. La noche helada muy fría y ventosa. No había pastos para las caballerías sino muy escaso, poca agua, y sin una pequeña concavidad en las peñas para libertarse algo del nevado y selliscoso viento. Debía descansar la tropa hasta las 12 de la noche y empezar a esta hora a bajar la terrible cuesta de dos leguas para llegar 2 horas antes de amanecer al llano de Vil– capujio; pero la artillería no había subido, porque muchas mulas se quedaron muertas en el camino y fue preciso que con las que casi quedaron muertas, después de dejar la carga en la altura se volviese a buscar al campo Ja de aquéllas. Los pocos arrieros que habían en las brigadas así que entendieron que se acercaba acción, se escapa– ron; y los artilleros tuvieron que hacer su oficio, con un trabajo tan grande que basto decir que la mula menos débil caería acaso seis veces en la subida, y otras tantas en la bajada. Eran las dos de la mañana y sólo habían llegado 12 cañones de 18 que llevaba, y

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