Memorias, diarios y crónicas

DI \IUO TOl\IAOO EN l.ll\IA 273 el 2 de diciembre: y dejando en Oruro los soldados continub su viaje por el Cuzco hasta Lima, donde llegó con los 14 oficiales. Tanto los de una, como los de otra remesa, fueron socorridos diariamente con 4 reales a el oficial y uno y medio el soldado, cuya asignación disfrutaron todo el tiempo de prisioneros. El 2 L de dicho mes de noviembre mandé salir a Potosí la tro– pa y pertrechos siguientes. El Regimiento 2o . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 500 Seis ca1\ones de a 4 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50 550 i\lil fusiles tomados al enemigo para que se compusiesen inme– diatamente y con esta tropa fueron 3 o ficiales de los prisioneros: Acevey, Torres y Alvarracín, los principales autores de la muerte del Intendente de Potosí el Señor Francisco de Paula Sanz. Pero no siendo cierto Acevey y Torres se pusieron a servir de soldados en el Ejército d el Rey a solicitud suya y de sus honrados padres; y el ter– cero marchó a Oruro a alcanzar a los demás. El 26 dispuse que saliesen para la ciudad de La Plata el bata– llón del centro con 4 cañones, la artillería tomada a los enemigos y todo el Parque del Ejército; más 700 fusiles igualmente tomados al enemigo para su pronta composición, y El 30 de noviembre salí yo con mi Cuartel General, el ler. Regimiento, un escuadrón de caballería y mi piquete de honor, para la ciudad de La Plata, donde entré el día 4 de diciembre; des– pués de haber andado en estos 5 días un camino tan malo o peor que el anterior de Livichuco. La ciudad de La Plata la había evacuado el 19 de noviembre el intruso Gobernador Ocampo, así que supo la aproximación de las tropas del Rey. Su cabildo secular y eclesiástico como pasaron ofi– cios de sumisión a las armas de mi mando. En mi primera jornada (a Ocuri) me salieron a recibir dos Diputados del primero y en la última (Las Palomas) por el segundo, su recomendable Dean D. ~1a­ tías Terrazas, así como otros cuerpos de la ciudad una legua antes de llegar a ella; y con este acompañamiento entré observando a pri– mera vista en los semblantes, calles, aparato y concurrencia de gen– tes, lo que había labrado en sus ánimos el deseo de independencia y aborrecimiento al Rey; especialmente en la gente común y de medio pelo, que denotaban el sentimiento de ver entrar sus armas con la mayor desvergüenza, embozados algunos en capas, y la ma-

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