Memorias, diarios y crónicas

DI \RIO TO!\L\00 E J.ll\t.\ 279 lar los enem igos, como para recoger ganados y mulas con que auxi– liar al Ejército; pero separado de las reglas y órdenes que al intento le comunicaba mi segundo el :\lariscal de Campo D. Juan Ramírez; las ejecuta por su capricho con cortas partidas, alejadas del campo principal a muchas leguas de distancia sin orden concierto, ni la menor economía; por cuyas razones y por haber exasperado con su destornillada conducta los gauchos del campo que no habían toma– do hasta entonces partido, empezaron a formar cuadrillas numero– sas, agitados por un Güemes, natal de Jujuy que servía de Coman– dante de avanzadas de los enemigos, y era no sólo un gran prácti– co de los inmensos bosques del frente de ambas ciudades, sino un hombre a quien los gauchos profesaban afecto por tener haciendas en la campaña y haberse servido de muchos de ellos para su labo– reo y manejo: resultando que semejantes hombres que no eran ca– paces de presentarse a 200 de los nuestros los batieron y asesinaron repetidas veces a los que en cortas partidas enviaba la locura de Castro a algunas distancias; manteniéndose ocultos como conejos en los bosques hasta encontrar la ocasión de hacer la suya; de manera que los soldados Dragones que fueron siempre valientes, de la tropa más selecta del Ejército, llegaron a acobardarse de una gente tan despreciable, que sólo el nombre de gauchos lo miraban con horror, cuando si ellos hubieran sido bien dirigidos hubieran bastado para ser dueños de la Compa1'iía . Al contrario los gauchos se engrieron y para darles más valor enviaron los enemigos desde el Tucumán algunas partidas de tropas que reunidas con ellos los esforzasen más en sus correrías; y aunque mi segundo envió después a Salta el Ba– tallón de Cazadores y a poco tiempo de Partidarios para ahuyentar– los nada consiguieron, pues se hacía una salida de la Ciudad en busca de ellos ; y al instante desaparecían ocultándose a los montes cuyos senderos y veredas poseían; se hallaban bien montados y con remuda de cuantos caballos querían, y a beneficio de estas ventajas, y de ser muy jinetes toreaban a nuestra Tropa de una manera ver– gonzosa, y se llegaban de noche hasta meterse entre la ciudad, por lo cual se habían hecho unas trincheras de adobes en las bocacalles que aseguraban las manzanas de las casas que formaban la Plaza, y la tropa y vecinos habitaban dentro de ellas por no exponerse a ser arrebatados en una noche oscura si se quedaban fuera de trinchera como sucedió repetidas veces. En este estado hallé la vanguardia cuando me incorporé a ella en el referido día 27 de mayo, y tocando la necesidad de remediar

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