Memorias, diarios y crónicas

290 JOAQU!N DE L\ PEZUELA todos contentos y manifestando sus deseos de batir a sus paisanos como porque no había en aquellos días, ni aun la regular deserción que solía haber antes de este crítico caso; más porque los jefes principales me pidieron permiso para escribir a los nuevos gobernan– tes del Cuzco, jurándoles que lejos de adherir a su loco y temerario intento ellos mismos habían de ser los primeros que quemasen los hogares de su nacimiento. El Coronel traidor Saturnino Castro, Comandan te que era de los Dragones del Ejército de mi mando; natal de Jujuy, y hombre a quien había llenado de gracias, abrigaba en su pecho la mayor mal– dad ; y ap rovechándose de la revolución del Cuzco, y de ser aquella provincia tantos militares de él, y especialmente todo el Regimiento l º que era el de mayor fuerza entre las demás, se propu so ganar a éste, y formar una revoluc ión: prenderme con todos los demás jefes y oficiales europeos, y unirse al Ejército de Buenos Aires para con– tribuir con él al establecimiento de la independencia en toda esta América. Este vil atentado lo puso en práctica. Escribió al jefe de los enemigos un oficio, manifestándole su proyecto y encargándole que se aproximase con sus fuerzas para protegerle en la noche del 1 º de setiembre en que debía dar el golpe. El conductor de este oficio que caminó por el despoblado con el abogado Villegas asesor inte– rino que fue de Salta; extendió un oficio con fecha l º de setiembre en el que me intimaba entregase las armas de todo el ejército que tenía ya de su parte, y que de lo contrario sería muerto con todos los o ficiales europeos, a quienes así como a mí se me allanaba a lo que me proponía, se nos concedían 8 horas para marchar al punto que nos conviniese escoltados de 30 hombres que yo eligiese; exten– dió asimismo una proclama para todo el Ejército en que les decía que yo los iba a sacrificar en una acción con los enemigos y que tenía decretado que todo cuzqueño fuese al socavón de Potosí; pe– ro que apenas le hice saber este inicuo proyecto (que inventó el traidor) juró vengar tal ultraje. l\lanifestábales en ella también que el Cuzco era hermana de todos, que Arequipa obedecía a Buenos Aires y finalmente que Lima había acabado con el vil Abascal y estaba libre. Toda esta trama la supe el 30 de agosto y dispuse su prisión en aquella misma noche; pero aunque di mis órdenes con el mayor sigilo llegó a entenderlas un sacerdote del Ejército que pareciéndole que quedaría inegular (por no decir más) si no le avisaba lo ejecu-

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