Memorias, diarios y crónicas

DJ.\IUO TO!IIADO LN I.l!llA 295 una acción que tuvo con Camargo obligándole a escapar a las esca– brosas alturas de Santa Elena y Cañaguasco. Por algunos pasados del Ejército de los enemigos supe que les habían venido de refuerzo a Jujuy más de 2500 hombres de la banda oriental del Río de la Plata con los que componían un total de más de 5 mil cuando el ejército de operaciones de mi mando no había quedado con la salida de la División de dicho señor Ramírez en una fuerza que la de 2600 escasos, con los cuales tenía mi van– guardia en i\loxo, y el Cuartel General en Cotagaita cubierta mi iz– quierda por Cinti; y casi descubierta mi derecha por el despoblado; y las provincias de mi espalda cada vez más altaneras y en estado de una general explosión según me decían los partes que recibía de sus Gobernadores. Los enemigos avanzaron su vanguardia a Yavi; tomaron por su derecha a Tarija por su izquierda, en el despoblado a Santa Catali– na; empezaron a reclu tar gente, y abrir sus comunicaciones con el enjambre de caudillos de lo interior asegurándoles que pronto ataca– rían el Ejército del Rey, y previniéndoles que redoblasen sus hostili– dades por todas partes, como ejecu taron con la mayor energía alu– cinando cada día más los pueblos con sus ventajas; y especialmente con la toma que hicieron, de Montevideo; y la seguridad que les daban de que la España no pensaba ni podía enviar un hombre de auxilio; suponiendo que aunque se había hecho la paz general no había querido recibir la Nación al Rey; que se hallaba S.M. refugia– do en Lisboa, que los ingleses protegían todas sus ideas de indepen– dencia y finalmente que pronto se saldría de lo que llaman tiranos y disfrutarían de la paz e inúpendencia que deseaban. Los caudillos de lo inte1ior creían todas estas cosas como un Evangelio. Su clase era la más oscura; pues José Vicente Camargo, Vicente Umaña, Cárdenas, :-.1anuel Ascencio Padilla, Betanzos, Aré– valo, i\lcna y otros eran indios y mestizos que jamás habían tenido más empleos que el de sacristanes en su lugar: José Ignacio Zárate, Cardoso, y otros aunque blancos eran de la clase baja y J uan Anto– nio Aivarez de Arenales, e Ignacio Warnes únicos de mejor naci– miento (el p rimero natal de Burgos) no podían esperar tener buena suerte, porque el primer revolucionario de la Ciudad de la Plata, y el más acérrimo enemigo del Rey, y el segundo americano, un trai– do r desde los principios de la revolución por cuyas razones y por– que el Gobierno de Buenos Aires los nombró Coroneles Comandan– tes y Gobernadores de partidos y provincias ellos se esforzaban más

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