Memorias, diarios y crónicas

lH \l\10 '10\1 \DO L 1 1\1.\ 317 posible el venir esos hombres de la Península contra lluenos Aires; que la revolución del Cuzco se hallaba tan consolidada y adelanta– da, que en breve se unirían con Lima cuyos habitantes llamaban a los del Cuzco; que por la parte del Desaguadero se hallaba el indio Pumacahua con considerables fuerzas dueño de La Paz y próximo a atacar el ejército de mi mando por la espalda en combinación con ellos para acabar de una vez con el Ejército Real, y finalmente que estaban todos persuadidos de ser esto cierto que creían segura su independencia pero que desengañado el tal Rodr íguez de ser todo falso, porque había visto y leído las Gacetas de Madrid en los días que llevaba de prisionero, y visto en ellas que el Rey gobernaba pacíficamente en España con gusto de la Nación; y en las de Lima que no existía Pumacahua, y había sido deshecho su Ejército por la división del señor Ramírez, protestaba contra las ideas de Buenos Aires; juraba (como lo hizo por escrito) obediencia y subordinación al Rey, por quien era Coronel y finalmente dijo otras muchas cosas para manifestar sus sentimientos y la verdad de cuanto expresaba, jurando que no le alcanzase ningún indulto de S. \ l. si en la menor cosa faltaba a la verdad, pidiendo por último que se le permitiese ir congregando por dos Coroneles para que con este p retexto pudiese él desengañar a Rondeau, y a todos los oficiales de su Ejército de la equivocación en que los tenía el Gobierno a fin de que cesase la guerra que la conocía era infructuosa; y que cuando no consiguiese por la fina amistad en que estaba con Rondeau , y por la preponde– ración que tenía sobre todos los jefes de cuerpos de su ejército la unión de ambos me ofrecía lograr, lo menos una suspensión de hos– tilidades añadiéndome que conseguir ía al momento de volver, el que la mujer y familia de los Coroneles Olai1eta y i\larquiegui, que te– nían presas en el Tucumán por sólo hallarse sus maridos sirviendo en el Ejército del Rey, serían repuestas en sus casas en Jujuy y la primera restituida a la compañía de su marido. Yo desconfié siempre de éste y de todos los revolucionarios de Buenos Aires porque en toda la guerra no han hablado una verdad ni cumplido una palabra, y aunque me parecía menos malo Rodrí– guez y estaba casi inclinado a creerle, quise que mi secretario D. Sebastián de Arrieta oyese cuanto este hombre me había dicho para que formando concepto y pudiese yo asegurarme en lo posible. Con efecto el día siguiente volví a llamarle a mi casa, y a mi presencia le oyó Arrieta, y juzgó bien de su conversación y ofertas; en conse– cuencia y reflexionando que en la apurada situación en que yo me

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