Memorias, diarios y crónicas

MEl\tORANDUl\t PARA l\ll FAMILIA -3 s l rrez que con una división de caballería observaba la dirección de la escuadra enemiga sobre la costa de la Ensenada de Barragán. Luego que por la dispersión de las milicias que guarnecían el puente de Gálvez en el Riachuelo, ocuparon, los ingleses la capital, el virrey con la caballería de milicias se retiró al l\lonte de Castro y de allí, siguió hasta Córdoba con el cuadro de oficiales veteranos que fieles a su honor, quisieron acompañarle. Yo fui de este número en cuya primera campaña, me estrené con padecimientos no pequeños, pues que todo fue una sorpresa y con fusión. En la infancia del arte de la guerra en que estaban por entonces estos países, como una con– secuencia de la larga paz que d isfrutaban, el Virrey l\1arqués de So– bremon te, aunque muy respetable por su carácter social, y su saber en el bufete, carecía de conocimientos militares y no tenía jefes que lo desempeñasen. En Córdoba organizó una grande fuerza de caballería en su mayor parte armada de sólo malas lanzas, y poquí– simas armas de fuego, con cuyo aparato se puso en marcha para reconquistar, decía, a Buenos Aires, esperando reunir en camino los contingentes pedidos a las provincias de su dependencia; y yo, aun– que de su séquito, fui colocado en una compañía de milicias para su dirección e instrucción. En la altura de San Nicolás de los Arro– yos se supo la reconquista de la capital por las fuerzas confiadas al general Liniers en .\lontevideo. Los sucesos ruidosos de aquella época, amenguando la autoridad del Virrey, le forzaron a trasladarse a esta plaza sin entrar a Buenos Aires, en donde de nuevo traía yo parte de su secretaría, mereciéndole mucha estimación. Recomenzadas las hostilidades británicas en p rincip io ele 1807, pedí al Virrey me permitiese incorporarme en mi regimien to; y con él estuve al frente de la playa del Buceo en que desembarcó el ejér– cito enemigo para poner el sitio a Montevideo; en la desastrosa sa– lida del 20 de febrero, en que corrí el mayor riesgo, y en todos los trabajos del sitio y bombardeo hasta el asalto de la plaza en la madrugada del 3 de marzo en que recibí una bala de fusil en el hombro derecho, y seguidamente diez heridas de bayoneta en todo el cuerpo, quedando como muerto al pie de la banqueta que ocupa– ba el regimiento que en su mayor parte fue extinguido. Envanézco– me en contemplar que aunque permaneciendo al lado del Virrey ha– bría preservádome del inminente riesgo en que estuvo mi vida en aqu ella aciaga jornada, tal acto de pundonor militar, me dio consi– deración en lo sucesivo . Colocado en el hosp ital de sangre como prisio nero de guerra, el estado de mis heridas me salvó de ser tras-

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