Memorias, diarios y crónicas

l'llL\!OR.\NDlJM PAR.\ lll l FA!'.IILIA 355 mujer [ nacida en 1795 ] y su hermana Flora, viuda de su tío don l\ligucl Bclgrano, y del segundo, don Francisco Pantaleón, casado, y Josefa y Ana, solteras. A mi regreso del ejército de la Banda Oriental en 181 3. fui integrado en mis funciones en el estado mayor general y nombrado primer edecán del general en jefe de la capital. En el año siguiente se me envió en comisión a recibirme del gobierno de la ciudad de Santa Fe, de cuyo mando me desprendí a fuerza de muchas instan– cias, para reunirme de nuevo al ejército sitiador de Montevideo, encontrándome en la rendición de la plaza el 14 de junio de 1814. Obtuve por recompensa la medalla de honor en oro, acordada por el directorio a los jefes sitiadores, y además, se me elevó a la clase de coronel efectivo, rehusando la mayoría de plaza con que se me brindaba. En fines del mismo año, me hice cargo del gobierno de Ja propia ciudad, por la salida a campaña del propietario, coronel mayor Soler, que desempeñé hasta que por la discordia con Artigas, se abandonó la plaza en los primeros meses de 1815 retirándome a la capital. Seguidamente se me despachó a tomar el mando de una divi– sión, de 400 hombres que se encaminaba a reforzar la guarnición del Paraná, amenazada por los anarquistas del Entre Ríos. El des– crédito de la adm inistración que producía entonces el general Al– vear era tan pronunciado en la Capital como en las demás provin– cias de la Unión, en donde su autoridad se obedecía tibiamente, habiendo el ejército del Perú sustraídose enteramente de su depen– dencia. Por todas partes resonaba el eco de indignación contra la facción dominante, acusada de malversación en las rentas públicas y de parcialidad en la distribución de los empleos. Las mismas tropas que él reputaba de su confianza, participaban del descontento ge– neral, y simpatizaban con la necesidad reconocida de una reacción en el cuerpo político. i\Iarchando yo con Ja división, encontré en el territorio de San– ta Fe al general Díaz Vélez que con un cuadro de oficiales había evacuado aquella ciudad que quedaba en poder de las fuerzas de Artigas. Tal incidente me forzó a retrogradar situándome en las Fon– tczuelas para esperar órdenes. Entonces fue que los oficiales repre– sentándome el tamaño de los males que afligían al país, y los ries– gos que corría la provincia de Buenos Aires, de caer en manos de Artigas, me conjuraron a nombre de la patria, de ponerme al frente del movimiento que debía derrocar la autoridad aborrecida. Ccdicn-

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