Memorias, diarios y crónicas

356 IGNACIO Al.VAREZ TJJOMAS do yo al convencimiento de mi propia conciencia, tomé la respon– sabilidad de la empresa, y en consecuencia se expidieron las órdenes correspondientes para la reunión de las milicias de campaña, el ma– nifiesto de las causas que impelían a desconocer el gobierno exis– tente, la circular a provincias interiores y una interpelación al mis– mo Artigas para que sus fuerzas no penetrasen en el territorio de la provincia, que iba a reivindicar sus derechos. Todo produjo los más satisfactorios resultados, y en pocos días la división se encontraba robustecida con más ele 2,000 hombres ele los cuerpos ele línea que llegando sucesivamente al cuartel general tomaban parte en la revo– lución después ele separar a los jefes y oficiales que no inspiraban confianza. Puesto en marcha el ejército libertador con dirección a Luján, envié al Director Alvear una intimación para que se dimitiese del poder supremo por obsequio a la paz pública, y al Llegar ·a dicha villa encontré un diputado de la soberana Asamblea, comisio– nado para exigir la suspensión de hostilidades mientras que se arre– glaban las diferencias pendientes. Esta negociación fue interrumpida con la novedad de que en la misma capital se había ejecutado un movimiento popular protegido por la l\lunicipalidad que colocaba a Alvear (situado en la costa de Olivos con su ejército) en la confu– sión más espantosa. Así que todos sus pasos eran continuos desa– ciertos y veía desaparecer su poder material, pasándose sus tropas tanto al ejército libertador como a Buenos Aires. Entonces hallóse forzado a abdicar el mando, refugiándose a un buque de guerra inglés. Quedó de este modo concluida la revolución más pronun– ciada hasta aquella época. Las publicaciones de la prensa dan los más amplios detalles sobre tales acontecimientos en los primeros meses de 1815. Siento decir que algunas irregularidades de esta revolución, son debidas a la intervención en ella de hombres exalta– dos que las circunstancias impedían reprimir, y que yo lamentaba como una fatalidad ajena de mi carácter. Reasumiendo el gobierno provisoriamente el Excelentísimo Cabildo, me nombró general en jefe del ejército de la capital, enviándome el despacho de coronel mayor, y votando al mismo tiempo una espada de honor con las inscripciones que demostraban los servicios rendidos a la causa de la libertad: entre mis papeles se hallan conservados esos documentos, advirtiendo que la entrega de la espada mandada construir en Ingla– terra, no tuvo efecto por la falta de los fondos necesarios. Luego que calmado este sacudimiento los representantes del pueblo arreglaron una Constitución provisoria con el título de Esta-

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