Memorias, diarios y crónicas

l\lEl\!ORANDUl\l PARA l\11 FAl\llLIA ·365 de Buenos Aires y ponerla en armas contra el ejército de línea y la capital. Por término de aquellos alborotos se concluyó la conven– ción referida, y la posterior del siguiente mes de agosto. Ambas echando un velo sobre lo pasado, garantían la seguridad de las perso– nas en sus empleos y propiedades; y en tal concepto, se instaló un gobierno de transacción presidido por el general Viamonte. Para ver desde la distancia consolidarse el nuevo orden de cosas, me embar– qué para Soriano, en este estado, el 19 de noviembre de 1829 en compañía de los generales Rodríguez y Cruz. Bien pronto se cono– cieron las arterías de Rosas y el espíritu de persecución que le animaba. Ejerciendo un poder dictatorial desde sus posesiones de campo, violó todos sus compromisos y dio la señal de la más furio– sa persecución que llenó las cárceles de los llamados "unitarios", que deportados unos y fugados otros, formaron una masa muy con– siderable en el territorio de la Banda Oriental. Desde él se empren– dió, bajo la conducta del general Lavalle, apoyarse en el Entre Ríos, para ponerse en contacto con las tropas del general Paz, vencedor de Quiroga en la Tablada y Oncativo de Córdoba; mas cuando se supo del modo inaudito en los anales de la guerra, que el llamado ejército nacional había sucumbido, todas las esperanzas se disiparon, y los emigrados sólo se ocuparon de buscar los medios de existir en la tierra extranjera, antes de doblar el cuello al tirano del sucio natal. Precisado a renunciar al país de todas mis afecciones por con– secuencia del principio antisocial que condenaba en él a existir como siervos los que no adoptaban la doctrina dominante, era ya tiempo de reunir a mi lado toda la familia, cambiando nuestro ser político. Felizmente, la providencia vino entonces en auxilio de la inocencia perseguida. Mi buen amigo y compadre don Guillermo Brown compadecido de la situación a que nos reducía la fortuna, por un acto de generosidad sin ejemplo, ofreció a mi esposa los campos y posesiones que poseía en la Colonia, y sus inmediaciones. Aceptada esta donación sincera de un modo auténtico, por el térmi– no de diez años, previos los arreglos necesarios, y deshaciéndonos antes de todos los muebles que formaban el ajuar de nuestra casa, como incompetentes al nuevo método de vida en que íbamos a en– trar, estreché en mis brazos el 8 de setiembre de 1831, en dicha ciudad, a las prendas más caras del corazón. Este día será siempre memorable para mí por las sensaciones de placer y pena que me acompañaban después de una borrasca tan deshecha, y por la resig– nación que ofrecía mi esposa dispuesta a todos los sacrificios. Antes

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