Memorias, diarios y crónicas

366 IGNACIO ALVAREZ TIIOMAS de embarcarse en Buenos Aires, el general Guido, hombre que qui– zás, sacrificando su conciencia, está reportando grandes ventajas en la llamada causa federal, le pidió dejase a su cuidado alguno de mis hijos prometiéndole cuidar de su educación a la par de Jos suyos, mas ella agradeciendo tal comedimiento lo rehusó, fundada en que, si la dureza del destino la forzaba a cambiar su rol social, haciendo lugar a las gentes levantadas a favor del nuevo orden de cosas, to– dos sus hijos debían por igual participar de la común desgracia. Instalados en la casa que el Gobierno de esta República pagaba al dicho general Brown en compensación de la que le destruyeron en la guerra los brasileros, me contraje a negociar Ja permuta de una casa que poseíamos en Buenos Aires como única propiedad, por ganado vacuno para fundar el pequeño establecimiento en que dato esta memoria, y ayudado con el producto de la venta de las últi– mas alhajas, plata labrada, y aun ropas de uso, logré formar la población, e introducir un capital de 800 vacas de vientre, 300 toros, algunas yeguas, caballos, ovejas, etcétera, que confié al cuida– do del mayor de mis hijos; habiendo además contraído empeños de que aún no estoy libre, a pesar de la grande economía establecida. Así continuamos por dos años, hasta que un incidente inespe– rado hizo empeorar nuestra posición. La administración retirando a nuestro benefactor el alquiler de la casa que refluía en provecho de mi familia, tuvimos que, sobreponiéndonos a toda otra considera– ción, que venir a asilamos en el hogar pajizo que nos alberga. En él hemos soportado todas las penurias que impone la falta de recursos, y la carencia del trato con gentes civilizadas. En nuestro largo aisla– miento, todos nos hemos ocupado con constancia de las necesidades domésticas más humildes, haciendo por este medio, menos pesado el tiempo. Mis hijos, y especialmente el primero, han desempeñado las funciones materiales de peones asalariados, tanto en los trabajos de campo, como en las labores agrestes y en las continuas repara– ciones de las habitaciones, con gusto y alegría. La esperanza este último consuelo del corazón, ha venido alguna vez a despertar el letargo de nuestra azarosa situación. Síntomas y movimientos de descontento en la patria querida, nos ha hecho concebir más de una vez, que su estado violento de humillación tendría término; mas bien pronto, todas la~ ilusiones han desaparecido viendo afir– marse el coloso que la envilece. Dueño absoluto por el terror, y la venalidad de hombres indignos, Rosas en 1835 se hizo nombrar Go– bernador por cinco años confiriéndose la suma de todos los poderes

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx