Memorias, diarios y crónicas

MEl\IOR \NOUl\1 PARA l\ll FAl\111.IA 367 públicos que le constituyen en una dictadura permanente, superior y más temible a cuantos han existido en la antigüedad. Desde en– tonces sus actos de perfidia, no han tenido cuenta. Por todas partes el eco de sus proscripciones, ha sembrado el extranjero de argenti– nos desgraciados, y aun en el mismo suelo de este asilo sagrado ha ejercitado contra ellos su maléfico influjo. No puede comprenderse la tendencia de una política que declara guerra a muerte al que cie– gamente no se somete a sus caprichos y locuras, sin considerar que con esta permanente anarquía, lega a la generación venidera un campo de venganzas y crímenes en que la imaginación se pierde. iTerrible ceguedad! La represalia será cruenta algún día, y éste quizá no esté lejano. Un acontecimiento de la más grande importancia por sus con– secuencias en mediados de 1836, vino a complicar la situación de los emigrados argentinos en este país. El general Rivera alzando el estandarte de la revolución contra la administración despótica de su sucesor en la presidencia, el general Oribe, asoció a su empresa al general Lavalle que con 15 o 20 jefes y oficiales argentinos le acompañó en su primera campaña, que por la traición de uno de sus principales jefes (Raña) se vio forzado a refugiarse con sus par– tidarios al territorio limítrofe del Brasil. Rosas en acecho siempre contra sus enemigos, ligándose con Oribe para sostenerse mutuamen– te en el mando, indujo a este caudillo inmoral, a deportar a los principales hombres de la emigración, que en verdad, ninguna parte tuvieron en aquel movimiento puramente local, y violando traidora– mente las leyes de asiló, se constituyó en verdugo de un poder ex– traño, vendiendo así la dignidad e independencia de su país. Cada una de las víctimas sacrificadas al rencor de Rosas tenía muchos títulos a la gratitud de sus compatriotas, por sus servicios a la cau– sa nacional, por sus luces, y el más acendrado patriotismo. Yo en mi oscuro retiro, cercado de mil y mil privaciones, contraído exclu– sivamente a mi familia, fui inesperadamente asaltado el 16 de se– tiembre por un sicario de Oribe (don Gregorio Dañabeitea), con fuerza armada, que me arrancó de su seno dejándola sumida en el mayor desconsuelo, habiendo antes ocupado todos mis papeles del modo más arbitrario, y hecho un registro tan riguroso como indig– no de un hombre de honor. Reunido en la Colonia a los señores Carril y Peña que en la villa de Mercedes sufrieron iguales trata– mientos, se nos condujo escoltados por tierra a Montevideo, en donde, Ja noche de nuestra llegada, fuimos encerrados por orden

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