Memorias, diarios y crónicas

368 IGNACIO ALVAREZ THOMAS expresa de Oribe en la cárcel pública como criminales famosos. En ella contemplé el tamaño de las vicisitudes humanas, yo que vein– tiún años antes, había ocupado la silla gubernativa de la misma ciu– dad. A los amistosos oficios de don José Miguel Neves que por un cariño sin igual nos acompañaba en este viaje molesto, debimos en el día siguiente, ser puestos en libertad, bajo su garantía, intimán– dosenos que en el plazo de quince días, saliésemos de cabos afuera del río de la Plata. Ni los más exquisitos empeños, ni las garant ías ofrecidas, pudieron ablandar el rigor de la autoridad que procedía sin duda, como delegado servil del opresor de nuestra patria. Resig– nado a tamaña injusticia, me ocupé en arreglar mis asuntos de fami– lia, proporcionarme algún dinero para soportar este nuevo golpe, eligiendo el Río J aneiro para lugar de mi doble ostracismo, contan– do con hallar en antiguas relaciones el modo más económico dé existir, y que la experiencia me demostró cuán falible había sido mi cálculo. Debo mencionar aquí como un tributo de gratitud, que mi cuñado don Francisco Chas y Belgrano me abrió del modo más generoso, un crédito ilimitado que me ponía a cubierto de la indigencia. Allí encontré varios compatriotas que me precedieron en la común proscripc1on y me acomodé para vivir con don Braulio Cos– ta en una posada. En aquella corte, que por su posición geográfica y su hermoso puerto, es la concurrencia del comercio de todas las naciones, obtuve muchas atenciones en el trato de la alta sociedad que procuraba evitar por el abatimiento en que se encontraba mi espíritu atormentado con la idea del desamparo de mi familia y de los gastos que estaba forzado a hacer para sostener una regular de– cencia. Además, la condición de desterrado, impone una mancha de humillación al hombre de honor an te el extranjero porque teme de que éste confunda el verdadero origen de la desgracia que le aleja de su patria; esta sola reflexión amarga su existencia. Como allí se sabía que el general Rivera mantenía armada una fuerte división de las tropas que le acompañaron al continente, y que a favor de su grande reputación se disponía a emprender una nueva campaña con– tra Oribe, favorecido tanto por el partido imperial como republica– no, por la grande habilidad con que supo manejarse entre ambos contendores, los deportados confiaban en ver pronto el término de sus sufrimientos. Así fue que recibieron con alborozo el triunfo re– portado en Yucutujá en fines de 183 7, y yo que estando enfermo y por otra deseando disminuir mis indispensables gastos, resolví

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