Memorias, diarios y crónicas

370 IGNACIO ALVAREZ THOMAS Asegurado de ella, su declaración de guerra y todas sus dispo– siciones para hacerla efectiva prometían el más pronto y feliz de– senlace con la asistencia de la escuadra bloqueadora. Yo con la más decidida voluntad me ofrecí personalmente a acompañarle en la cru– zada y reconociendo el deber de cerrar con esta campaña mi' larga y penosa carrera. Aceptada mi oferta con demostraciones de un ver– dadero interés, quedé convenido de que el general me llamaría a su lado luego que estuviese acampado el ejército en la margen del Uru– guay, retirándome entre tanto, a descansar en el seno de mi familia que me aguardaba ansiosa después de veintiocho meses de au sencia tan dolorosa. Embarcado en la capital con mi hijo Ignacio que había ido a recibirme, tuvimos un viaje molesto de cinco días, estando ambos a· punto de perecer en la última noche fondeados al frente de la Co– lonia, por un rayo o centella que cayó en medio de los pasajeros, despedazando el palo de popa y faltando muy poco para que los cadáveres del padre y del hijo fuesen sepultados sin alcanzar el sus– pirado hogar. En el siguiente día (enero 8 de 1839) entre lágrimas y sollozos de placer, abracé a mi esposa e hijos queridos, con ex– cepción de Rosita (1) que estaba ya en Buenos Aires con su mari– do. Aquí en medio de tantos objetos amados y resuelto a no apar– tarme de ellos un instante si no fuese con un motivo de verdadero interés nacional, he visto hasta dónde mi familia ha agotado el cáliz de la amargura. Falta de ropa, de calzado y reducida casi siempre al único alimento dt" carne, sin otro condimento, muchas veces pri– vada de pan, y algunas hasta de fariña y azúcar la resignación de todos, fortalecida por el ejemplo de mi esposa, ha excedido los límites de la conformidad. Sin mi tan bárbara como inútil deporta– ción, estaríamos hoy cuando no en la abundancia, en una medianía que nos haría soportable la condición de nuestro destino; empero, obligados a suplir a tantas necesidades de la única propiedad de que podemos disponer, tocamos el progreso lento con que nuestros ga– nados aumentan. Además, de ella misma tenemos que reembolsar las erogaciones forzadas que he contraído en mi falsa posición, que suben a más de S/. 2,000 sin que mi conciencia me reproche haber dilapidado un centavo. Preveo pues que al término estipulado con l. En el manuscrito no figura el nombre de su hija. Se toma de la ver– sión de estas memorias, publicadas por el señor José J. Biedma, en El Nacio– nal, Buenos Aires, en agosto y setiembre de 1899. (N. C. E.)

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