Memorias, diarios y crónicas
l\IF.!llORANDUl\l PARA l\H FAMILIA 375 Por desgracia aún no podemos restituirnos a nuestro prim1t1vo asilo, porque todavía permanecen grupos armados en los montes del Rosario que cometen depredaciones con los indefensos moradores de campaña. Es de suponer que en breve desaparezcan, y que resta– blecida la tranquilidad, volvamos allí a esperar el final desenlace de la grande cuestión nacional que nos ocupa. La falta de recursos nos obliga a ello. Desde él continuaremos nuestras plegarias por el éxito de la justicia; y cuando la hayamos alcanzado, nos dispondremos a regresar al suelo patrio, después de haber saboreado tantas calamida– des, y una ausencia más prolongada que la que emplearon los grie– gos en reducir la soberbia Ilión; que llegue cuanto antes tan afortu– nado día para que pueda mi esposa abrazar a su anciana madre, ella que durante cinco años no ha oído sonar el esquilón de la parroquia sometida a todo género de privaciones en nuestro retirado albergue. Por lo que a mí toca, quiero desde él observar el nuevo orden de cosas, y las garantías que ofrezca la administración repara– dora, para ir a depositar mis restos en la tierra querida, bien con– vencido de que mi rol político ha concluido definitivamente, como el de los demás hombres de 1810, que deben apartarse de la escena para hacer lugar a la nueva generación contento con el testimonio de una conciencia pura, y de una dedicación virtuosa; esperando alguna remuneración para escapar de la miseria que amenaza a mis ya cansados días, y a mi desventurada familia. Mas si en tal condi– ción, se me exigiese algún servicio compatible con el lugar que me señala la sociedad, yo le prestaré gustoso mis débiles esfuerzos y el fruto de una experiencia adquirida tanto en la prosperidad como en mi prolongado infortunio. CONCLUSION He escrito esta Memoria entre el continuo bullicio de mis hijos pequeños; así no será extraño que contenga muchas faltas en la redacción, aunque ninguna en la verdad de los hechos a que he procurado ajustarme estrictamente como un depósito de familia, que deseo sea conservado y manifestado por mi esposa (después de mi muerte) a todos mis hijos, encargando a éstos (varones y muje– res) se provean respectivamente de una copia de su puño para transmitirla a su descendencia. En ella encontrarán marcadas las vicisitudes de un hombre que en la grande escena de la revolución del Río de la Plata ha ocupado una serie no interrumpida de cargos militares, políticos y diplomáticos, de que pocos pueden hacer alar-
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