Memorias, diarios y crónicas

378 IGNACIO ALVAREZ THOl\lAS la común desventura de su familia. Sabemos por él mismo que ha elegido para servir en clase de simple voluntario el cuerpo en que es oficial su hermano menor (escuadrón Yerúa}, lo que en algo nos consuela, pues que mutuamente se auxiliarán durante las penurias de la campaña. En la precisión de adelantar estos apuntes tengo que armarme de fortaleza para consignar en ellos la desgracia que nos aqueja. iEduardo no existe! idestino cruel! Su alma pura y cándida ha sido restituida al Creador, y cual lozana flor, ha desaparecido de su vástago... dejando a su familia en el mayor pesar. El ha muerto como el hombre de honor al frente de sus soldados, y como el justo con la sonrisa en los labios. Su último suspiro ha sido reco– gido por su hermano... Los pormenores de este triste suceso están comprendidos en la carta de Ignacio depositada en un paquete rotulado: Recuerdos fú– nebres de mi pobre Eduardo. En él se encuentra además de la men– ción honorífica que han hecho por la prensa los escritores (en Mon– tevideo) del joven mártir, sus amorosas y fatídicas cartas, las de condolencia de mis amigos, y un r izo de su cabello: ique su sangre inocente refluya sobre la cabeza de los opresores del suelo patrio, y que cuando el triunfo de la razón impere en él sus restos mortales sean devueltos a la tierra querida, objeto de todas sus ansias... ! Este tributo de gratitud lo llenará algún día su familia, si no lo hiciese antes la autoridad pública, como es de esperar, a cuyo efecto dejo redactado un proyecto de decreto en el mismo paquete, y en un apunte separado la designación del sitio en que reposa su cadáver (isla frente a Punta Gorda) que cuidadosamente depositaron con piadoso sentimiento, sus compañeros de armas, y el solícito amor de su hermano. El origen de este penoso recuerdo parece haber sido la urgen– cia con que el general Lavalle tenía que vencer las fuerzas federales en el Entre Ríos para pasar a la campaña de Buenos Aires; empero, no compitiendo el número de su infantería y artillería parece ha– berse cometido un acto temerario en intentar forzar la posición for– midable del enemigo. Ello es, que empezado el ataque el 15 de julio (día de su desconsolada madre}, concluyó sin el éxito deseado, a pesar del denuedo y bravura con que se comportaron las legiones libertadoras. Esta batalla denominada del Sauce Grande, que tan cara nos cuesta, en nada ha influido para que el ejército, firme en su propósito de buscar al tirano en su misma guarida, emprendiese

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