Memorias, diarios y crónicas

380 IGNACIO ALVAREZ THOMAS iTodas nuestras ilusiones han desaparecido! iLas esperanzas que nos quedan son débiles como el sol de invierno! iUn vasto campo de desdichas es el país a que pertenecemos, en el porvenir que nos aguarda sólo divisamos la miseria, el luto, la desgracia! Si en los ocultos designios de la Providencia, estuviese decretado el triunfo de la iniquidad, yo no puedo conformarme con sus manda– tos. il'vli resignación será forzada! Cuando menos lo esperábamos, recibimos la noticia de la con– tramarcha del ejército libertador con dirección a Santa Fe, abando– nando todas sus ventajas en los primeros días de setiembre. Dábase por motivos la falta de pastos para las caballadas, y la necesidad de perseguir las fuerzas enemigas de retaguardia. Las qut> guarnecían aquella ciudad fueron rendidas, a discreción, con la mayor bizarría; · empero el ejército se halló comprometido en un territorio que le era manifiestamente hostil, y el sepulcro de sus caballos. Esta imprevisión es quizá, el origen de todas las desgracias que hoy lamentamos. El nuevo Almirante (Barón de Mackau ) después de haber deja– do concebir las más lisonjeras esperanzas en favor de la causa de sus aliados, que era también la de los franceses inesperadamente, y del modo más "desleal" y traidor; concluyó con Rosas la infame convención de paz datada el 29 de octubre, olvidando los compro– misos de la Francia, y entregando a la venganza de aquel monstruo a sus buenos amigos. Tanta perfidia apenas puede concebirse, y si el gabinete del Rey ciudadano diese su sanción a un tratado que lleva la desaprobación de todos los hombres que tienen corazón, y de los mismos residentes franceses "yo les lego mi débil maldi– ción... " Lo más esencial que se ha escrito sobre este incalificable negocio, se halla reunido en un paquete que dejo con el lema, de Cuestión francesa. Allí puede verse hasta dónde alcanza la "fe púni– ca" de la gran "nación". Mientras que esto pasaba, Rosas como todo tirano cobarde, mandaba degollar sin piedad por la mazorca a los hombres pacíficos e indefensos que él clasificaba con el título de "feroces unitarios". El número de víctimas, aunque espantoso, aún no es conocido, pero durante el mes de octubre (que es llamado oficialmente desde entonces mes de Rosas) pasaron de quince a veinte diarias. Las cár– celes y prisiones no daban abasto para con tener los ciudadanos más honrados y notables, que eran inhumanamente arrancados de los brazos de sus esposas e hijos para ser conducidos a esas mansiones

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