Memorias, diarios y crónicas

384 IGNACIO ALVAREZ THOMAS can claramente que la resistencia es compacta, a pesar de los pocos recursos pecuniarios con que cuentan los que combaten por el ho– nor nacional. Las noticias voladas que nos llegan son satisfactorias, si bien la fe nos falta después de tan crueles desengaños para entre– garnos a una esperanza consoladora. En Chile han permanecido al– gunos argentinos refugiados y por ellos sabemos, aunque con data atrasada, que nuestro hijo Ignacio, fiel a su compromiso, seguía a las órdenes del general Lavalle y demás campeones de la libertad. iQue la fortuna cansada de ser adversa a los oprimidos restituya triunfante a nuestros brazos, a este hijo querido, ya que ella nos arrebató tan inhumanamente al benjamín de la fami lia! Fijando desde aquí la vista en la ribera opuesta, divisamos en los días serenos, las torres de la "ciudad cautiva" y el corazón de todo argentino proscripto late de dolor al contemplar la suerte des– venturada que oprime hoy a aquella tierra clásica, que en otra hora gozó de las primicias de la prosperidad en el ensayo de institucio– nes liberales y benéficas. Hoy convertida en el "aduar" de un cal– muco inmoral y sangriento parece legada a la maldición del cielo. Allí no resuena más eco que el de la vil torpe adulación. Todos los sentimientos de humanidad han desaparecido. La sociedad está di– suelta, y para colmo de oprobio , no sólo la hez del pueblo, sino que hay hombres que habiendo antes figurado en las filas de la civilización, sostienen este poder monstruoso en cambio de los bie– nes arrebatados con el puñal a la llorosa viuda y al desamparado huérfano, de que no se desdeñan participar sin pudor. iQué des– honra y qué poca previsión en el poivenir! ¿cómo podrán garantir estas expoliaciones? ¿cómo quedar a cubierto de la responsabilidad que se impone? Otros hay que o lvidados de sus antecedentes se degradan hasta representar en las cortes extranjeras el gobierno (si tal puede llamarse) de este bandido, a trueques del oro con que compra su humillación. No reflexionan el abismo que preparan a su descendencia, legándole las venganzas que a su vez ejercerán los hijos de la generación oprimida para restaurar su patrimonio perdi– do. No oyen en los consejos del tirano asomar ningún sistema de organización. El caos en que mantiene la sociedad, es la garantía de su feroz despotismo. El estado permanente de guerra civil, le es necesario para sostenerse en el poder salvaje. La muerte, el encarce– lamiento y el secuestro que distribuye con profusión a los que no se muestran partidarios furiosos de su persona son un objeto de indiferencia para los seres prostituidos a su dominación extravagan-

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