Memorias, diarios y crónicas

J\1El\10RA DUM PARA 1\11 F1\l\lll.I,\ 385 te. No se aperciben de que en política (como dice madame de Stiiel en sus consideraciones sobre la revolución francesa) "perseguir no conduce sino a la necesidad de volver a perseguir, y el matar no es aniquilar. Se ha dicho (añade) con una atroz intención, que sólo los muertos no resucitan, y esta máxima no es verdadera, pórque los hijos y los amigos de las víctimas, son más fuertes por sus re– sentimientos que no eran por sus opiniones, aquellos a quienes se ha hecho perecer. Es necesario extinguir los odios, no comprimirlos. La reforma se completa en un país cuando se ha sabido hacer a los adversarios de esta reforma "fastidiosos", pero no víctimas". Estas verdades a que las luces del siglo han atemperado las vie– jas monarquías de Europa son en una república del nuevo mundo el ludibrio del caudillo que la diezma. El ha revelado el fatal secre– to que para perpetuarse en el mando, el medio más eficaz es tratar a la especie humana como a "bestias de carga"; ejemplo que puede ser funesto para lo sucesivo. Los que abogan en favor de un poder fuerte para refrenar la anarquía han rc::cibido el más solemne des– mentido en el espectáculo que ofrece la República Argentina. Sus víctimas son incomparablemente mayores en el período de "once" años que manda Rosas que en los veinte corridos desde que empe– zó la revolución incluyendo toda la guerra de la Independencia. Al menos la anarquía desarrolla las facultades intelectuales mientras que el despotismo embrutece y degrada al hombre. No puede caber duda en la elección de ambos males. Los llamados representantes que le confirieron en 1835 la suma de "todos los poderes" han car– gado con la execración de sus compatriotas, porque de hecho disol– vieron· el pacto social entregándolos al capricho de un hombre; ellos son reos de lesa patria. Varios de los mismos lloran hoy en la emi– gración su imprudencia, y otro (el doctor Maza, que era presidente de la misma legislatura) cayó con su hijo bajo la cuchilla de los asesinos; algunas ¡.>resunciones vehementes hay de que el mismo Rosas ejecutó tar. horrible escena, a despecho de ser el mejor amigo que había contribuido a su elevación. iQué espanto! No falta quien pretenda atribuir a Rosas una grande capacidad para el mando; empero, si tenía la voluntad de las masas a su devo– ción, ha comprobado su ineptitud moral, pues como dice la misma madame Stael, hablando de Bonaparte: "El ha hecho mover sus pasiones sin tener que luchar contra sus principios. Podía desde en– tonces honrar la Francia, y afirmarse en el poder por instituciones respetables, pero el desprecio de la especie humana ha marchitado

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